Era una tipa gorda. Gordita y llanera, pero con esa circunferencia facial que delata a los andinos. Recuerdo eso y otra cosa: Afortunadamente para ella, en esa placa de pietri, ese cultivo parias que es la Universidad Simón Bolívar, tenía un novio que la quería.
Me saluda en el aeropuerto. ¿Cuánto tiempo? ¡Toda la vida!, le digo. No está flaca como una supermodelo, pero definitivamente en el promedio. Ella entra en velocidad rápidamente: donde estás trabajando? ¿qué hacías aquí? Yo estoy en tal país, trabajando en xxxxx. No me suena, ella se da cuenta y enumera la larga lista de nombres previos y fusiones del conglomerado de telecomunicaciones en el que trabaja. Gracias al mercadeo global identifico uno o dos de los grandes jugadores a finales de los 90s.
Desvío la conversación. Ella mira mi anillo con avidez y luego de unos minutos no puede evitarlo ¿te casaste? yo también, mira. Sí, imagínate, ¡terminé con XXXXXX después de 9 años! Pero todo bien. Tú te acuerdas de él ¿no? Claro que te acuerdas. Me voy de bocón y le pregunto si vive con su nuevo esposo en tal país. No por Dios ¿Cómo se me ocurre? si se acaban de casar, además ella no va a dejar su trabajo. Están planeando la mudanza de él. Me interroga sobre mi joven esposa, más o menos con las mismas preguntas que iniciaron nuestra conversación.
Es divorciado ¿sabes? Mi esposo. Su ex tiene la misma edad que la tuya. Claro, contesto con cortesía, es que la diferencia de edad puede ser difícil. Pero lo importante es que ambos estén en la misma página (para usar un término internacional de negocios y hacer mi punto).
Yo creo que él sacó una cuenta rápida, dice ella, esta tipa hace más de noventa mil dólares al año, se da sus gustos, tiene un iPod, casa en EEUU y en Venezuela y en otro país y por eso se divorció.
Callo.
Es demasiado duro, noventa mil dólares al año, un iPod como símbolo de status. Todo está claro, él es un vago, posiblemente atractivo, la clase de persona que le negó la membresía en la sociedad durante su adolescencia. Ella tiene dos carros en cada país, casada, noventa mil dólares al año (otra vez). Es la venganza de los nerds, pero sin concierto al final.
La peor educación del planeta es la que se nos imparte a los tecnócratas. Contraria a cualquiera de las principales religiones. Competitiva y por ende privada de cualquier sentido de retribución social. Suena perverso. ¿O no? ¿Quién decide que esa particular forma de neurosis está mal? Ella se ve de lo más tranquila, a pesar de su maniático empuje hacia el éxito, se ve hasta feliz. Sonríe. Además, seguramente tiene noventa mil dólares en el banco.
Una vez en el gusano pregunto y contesto ¿Donde acaba esta historia? No sé. Me froto la mejilla con la camisa, intento borrar desesperadamente el contacto, la despedida de esa maldición. Repito sabias palabras: si no crees en la pava, no pasa, si no crees en la pava, no pasa, si no crees en eso, no pasa, si no crees, no pasa, no pasa…