A Roberto, por esa brillante estampa que le regalaste a la ciudad,
Ana y Eduardo: su árbol sigue en pie luego de quince años,
Plácido, accidentado Baudelaire en Maiquetía y la Taberna Escondida.
Lo único que sobrevive de la Caracas en la que nací, es el CCCT. Aunque algunas tiendas hayan cambiado, en esa ciudad puedo dar referencias que mis coetáneos entienden: «Ahí, donde estaba PPM», «Abajo, cerca del Latino», «Por donde está Hoyos», «Cerca de BECO». En el Centro Ciudad Comercial Tamanaco, los hitos son eternos y una Caracas de punks, tutifruti, patines, una Caracas de lujos, una Caracas pre-Caracazo, todavía existe.
Cuando penetro sus pesados vidrios, llegan todas las horas perdidas en las vitrinas de las tiendas de computación, las clases de programación –una página por lección– en Tecniciencia, cada acetato, cassette, disco compacto en PPM o Disco Center; cada par de lentes en Berl, cada boleto de 8 bolívares rasgado en el Gran Casino, cada cerveza en sótano 2, cada visita sigilosa a la azotea de la torre C, cada recoveco, cada apartamento oculto en las escaleras de servicio, cada madrugada instalando la navidad, cada partida furiosa de Gauntlet –»The Wizard is about to die»–, cada pasito en Palladium, momento incómodo en 1900, conversación oculta en la terraza, cada tequeño, cachapa, tomada de manos, beso, helado. Toda mi memoria yace intacta dentro del coloso de concreto y mármol.