a L y G. Por transmutar anécdotas en posts sobre Caracas, a miles de kilómetros de distancia.
Llegué a la planta baja del anexo del Hospital de Clínicas Caracas, vi hacia el norte y allí, casi encima de la Quinta Anauco, estaba El Cerro y su familiar alboroto de cúmulos verdes, recortado contra un desoladoramente hermoso cielo decembrino.
Caminé hacia la terraza donde casi todo el año, menos en estos últimos días, funciona la fuente de soda. Saqué la cámara.
–¿A qué le tomas fotos? –Un tipo detrás de mi. En esa terraza solitaria. Me costaba creer que me había dejado atrapar de una manera tan estúpida.
–A-al cerro y al Humboldt –Intenté no balbucear mientras calculaba cuáles pertenencias llevaba encima ¿Podré salvar las llaves del carro?
–Ah… pero ¿de estudiante o de turista?
–»Turista» –pensé. Cada vez que salgo de mi casa, soy un turista en mi ciudad –Por placer –dije.
–Ah, bueno. Si quieres me acompañas y te llevo a un sitio donde se sacan fotos arrechas.
No había forma de salir de esa terraza sin pasarle al tipo por encima. «Estoy jodido» –pensé –»Re-jodido.»
Así que accedí a seguirlo.
Bajamos, entramos en el edificio. El tipo llamó al ascensor.
–Ya vas a ver. Desde el piso trece, chamo.
Mientras esperábamos el ascensor, me di cuenta de que el tipo llevaba unos pantalones azules de enfermero, y por primera vez pensé que podía salvarme.
Llegamos al piso trece, el último. Caminamos por un pasillo en penumbra, pasando consultorios cerrados.
–Aquí –señalando una puerta cerrada –donde trabajo, puedes hacer unas fotos. Pero te voy a llevar a otro sitio.
Llegamos al final. El tipo abrió la puerta de las escaleras de emergencia.
–El otro día vine y tomé unas fotos con mi hija.
Frente a nosotros, 180° del oeste de la ciudad. Desde un piso trece en San Bernardino.
–Ah. Gracias.
–De nada, chamo.
¿Quién iba a pensarlo? El 23 de diciembre de 2009, conocí al último ser humano de Caracas.