Una vez quise hacer una página en la que pudiese publicar algunos poemas, algunos comentarios que no había dejado morir, un pataleo ocasional. Mi único compromiso estético era que no debía caer en el patetismo de las páginas personales de Geocities que para la época dominaban el contenido no-oficial de la red. Un giro interesante sería no sólo poner cosas mías, sino de algunos amigos, pensé mientras redescubría por tercera o cuarta vez la idiosincracia del html.
El resultado fue el primer número de Panfleto Negro, que rápidamente mutó para convertirse en un webzine. La temática y eso que llaman ‘la línea editorial’ eran obviamente un reflejo de eso que llaman ‘el editor’, recalcitrante anarquista para la época. Montarlo era una tarea hermosa. Panfleto Negro le ofrecía un espacio a la gente que quería publicar algo en algún lado, bien sea porque quería gritar o porque quería tener algún cuadro colgado en alguna galería.
Panfleto Negro eventualmente se convirtió en panfletonegro, por aquello de que las frases de múltiples palabras son cosa del siglo pasado. Como parte de esas mutaciones, panfleto pasó por varios temas y diseños, tuvo cartelera, patrocinó eventos, y con orgullo le dio la primera oportunidad de publicación a un montón de gente.
Durante seis años acumulé placeres; entre ellos conseguir por puro azar el material necesario para despedir a algunos de los más grandes poetas venezolanos (Hanni Ossott, Elmer Szabó, la gente de La Guaira y los que inmerecidamente no se salvaron el 11 de Abril), publicar al crítico de cine más panfletario y cínico que conozco, al Lester Bangs venezolano, al creador de las más finas expresiones de rabia y la más sorprendente y minuciosa descomposición del tedio (a manera de logbook) de uno de mis escritores favoritos. panfletonegro por supuesto me presentó a verdaderos escritores, poetas, uno que otro amigo que todavía conservo.
Pero para Abril de 2.006 esas eran cosas del pasado. A pesar de sus estadísticas, sentía que a medida que se aproximaba el séptimo aniversario, panfletonegro se sintonizaba con la idea de tarea cumplida. Además, por supuesto, yo no soy Jorge ni Héctor y analizar tres mil y pico de textos eventualmente te desganan. Era hora de cerrar, dejarlo ahí montado, sonreír ante el recuerdo.
Durante el largo proceso de ponerme en paz con esa idea me repetí una vieja pregunta, ¿ha llegado nuestra comprensión de la tecnología al punto en el que es posible que una publicación electrónica se mantenga sola? Nótese que la palabra clave en la frase es comprensión. La respuesta de este año me llevó a pensar que el mundo en el que vivo y el mundo en el que vive el resto de la gente estaban comenzando a compenetrarse. La penetración de la internet es suficiente como para sugerir la creación de publicaciones colectivas, automáticas. Lo se, los blogs colectivos tienen tiempo, pero esto no era un blog, era un panfleto leído por gente con pocas afinidades entre sí que a veces se animaban a enviarme un correo. Gedankenexperiment en puertas: ¿qué pasaría si uno le da el poder a esos usuarios para publicar al instante?
La respuesta era obvia, predicado.com lo ensayó primero: una avalancha de textos malos, el decaimiento absoluto de la calidad de la publicación, la muerte por olvido. La erradicación de la línea editorial es una mala idea que ha sido ensayada por muchos… pero… después de todo… es un panfleto, pensé. Usando la irracionalidad que me ha empujado a otras cosas concluí que, así como sucede en Caracas, en esa avalancha de spam, mensajes personales y textos malos, eventualmente ocurriría esa singularidad en el espacio-tiempo que algunos llaman poesía. Es decir, sería posible que:
tecnología + anarquía + spam = poesía.
Hace un par de semanas comencé los cambios para validar esa hipótesis. Fue entonces cuando sucedió más de lo que había esperado: mientras cuadraba el CSS para que se viera bien en tres navegadores (algo que contra todo pronóstico la mayoría de mis amigos se están acostumbrando a hacer), se me vino encima todo el propósito original de panfletonegro, circa 1999. Fue allí cuando entendí de nuevo que ser editor no se trata de seleccionar los mejores textos y hacer que la revista sea placentera, sino disfrutarlo como si fuese hecho para ti. Después de todo, a pesar de sus años, panfletonegro no es el faro de las letras, es solo otro lugar donde hay uno que otro buen texto, que se toma la libertad de experimentar porque no le debe nada a esos miles de árboles que mueren en el Amazonas para fabricar revistas que la gente mira pero no lee.
En fin, estrenamos (el plural es concepto e invitación) nuevo diseño, estilo, línea editorial y desastre. Pasen por allá, regístrense, suelten un pequeño grito.