O. y yo tenemos un running joke acerca de cómo todo lo que suena nuevo, luaka-boply speaking, puede rastrearse o hasta Tito Puente o hasta Pérez Prado.
Hace unos días murió otro de esos hitos a los que uno puede volver cuando cree que está escuchando algo por primera vez. Como por ejemplo cuando, digamos, uno oye a Hendrix cantando Hey Joe y piensa que es lo máximo.
La cita del título es de Harvey Kubernick y el sujeto es Arthur Lee, frente y alma de Love, piedra fundacional del rock psicodélico e hilo conductor que une Byrds, con Doors, con Hendrix y ata el nudo en el Pink Floyd de Barrett.
Leí la noticia e hice una expedición a Las Cajas (un pueblo en México) para buscar Forever Changes. A pesar de que al comienzo de la universidad pareció una buena idea, me di cuenta de que nunca empecé a entenderlo (sobredosis de tareas pendientes, Deep Purple, Led Zep y todo eso). Folk + psicodelia + surf + flamenco + R&B + protopunk, Forever Changes es estratosférico, un disco de hambre, o carencia. Uno de los grandes discos del siglo. Lo único salido 1967 capaz de llegarle a Sgt. Pepper’s.
Es también una cartografía premonitoria, uno entiende cosas cuando escucha Love. Ahí está Hendrix hasta en la forma de vestir, y torciendo un poco la oreja están Led Zeppelin, Iggy Pop y The Clash (y una vez que está The Clash, está un cuarto de los 80s). A diferencia de las personas a las que influenció, Arthur Lee no se estrelló a los 27, sino que cayó patéticamente en un cuasi-anonimato del que sólo salió para perpetrar uno que otro escándalo decadente. Es sin duda curioso y un tanto alarmante que los rockeros, los tipos que en videos viejos salen rompiendo guitarras tengan la edad de tu padre y mueran de leucemia.
Look out Joe, I’m fallin’
I can’t unfold my arms
I’ve got one foot in the graveyard
No one cares
For me, cares for me
Es eso.