Mastodon

Un solitario militante

Al Dr. Bellorín. El hombre que cierra y apaga la luz.

Llegamos a Las Tres Esquinas poco después de la medianoche de un miércoles. Cada uno con más de una botella encima.

Como es común a esa hora durante los días de semana, las mesas estaban ocupadas por hombres solos y una que otra precaria pareja extramarital. Gente unida por la pérdida, o la soledad. Como nosotros.

En la mesa de al lado estaba un tipo flaco, cabello gris voluminoso, peinado hacia atrás. Miraba la televisión. Dos brazos sobre la mesa. Una cerveza, una caja de Belmont, un café.

Bellorín y yo notamos esto en silencio. Llevábamos toda la noche hablando de hombres solos. Discutimos un momento qué posibles historias podría guardar ese tipo, a esa hora, con una cerveza, una caja de Belmont y un café. ¿Escapado? ¿Ponderando si volver a casa o no? ¿Buscando sosiego en un televisor ajeno?

Bellorín es un tipo reservado. La clase de persona que te dejaría ver televisión tranquilo en una arepera. Pero esa noche hizo exactamente lo contrario. Se levantó, y con la excusa de pedirle un cigarrillo, invitó al tipo a la mesa.

El hombre rechazó la invitación cortésmente. Pero la botella que llevábamos encima insistió más allá del límite de la vergüenza.

El tipo siguió resistiéndose, negando con una mano y una sonrisa. Un solitario militante. Finalmente, enterado de que Bellorín no desistiría y confiando en la raza humana, se sentó con nosotros. Encendí la grabadora.

Javier es gallego, con un acento grueso. Llegó en 1983, escapando del invierno.

–Bueno, pensé que escapando del invierno. Pero ya ves…
–¿Cuántos años tenías?
–¿Cuando llegué? 25.
–¿Eres casado?
–Si. Con una maracucha.
–¿Maracucha? ¡Imagínate!
–No, si supieras. Arrecho. Maracucha e hija de italianos.
–¿Y por qué te quedaste?
–Bueno, quería estar en un sitio donde no me jodieran. Allá todos saben cuánto vales. Aquí podía trabajar. Aquí podía echar vaina. Rumbear a cualquier hora. Estar a mi gusto.
–Nos preguntábamos qué podía hacer un tipo solo en una arepera a esta hora, un miércoles.
–Tengo a mi mujer en el clínico.
–¿Qué tiene?
–No saben. Nadie sabe. Los médicos no saben. Tiene tres días hospitalizada. Y no voy a ir para la casa. Ya ven, no tengo a dónde ir.
–¿Y no te quieres ir de Venezuela?
–Si, a veces quiero regresar. Pero ya ven. Aquí tengo todo. Mi trabajo, que es poco, pero trabajo. Aquí hice mi vida. Lo que queda es apretar el culo.
–Apretar el culo.
–Si, apretar el culo. Porque afuera… el mundo es difícil ¿eh?

Si, el mundo debe ser difícil. Tan difícil como para que tener a tu esposa en un hospital como el clínico, en una ciudad como Caracas, pueda ser considerado una posibilidad de vida.

Javier se despidió agradecido. Nosotros también. Luego de tantos años habíamos entendido la función social de las areperas caraqueñas. Es allí –y no en los bares– donde los hombres podemos distendernos. Es allí donde a veces, pasada la medianoche, hallamos consuelo en medio del horror.

notas, todos vamos a morir Tagged

Tengo los comentarios apagados por esta razón. Si te gusta este post, compártelo con tus amigos.

Daniel Pratt

Emprendedor, artista de calle, aficionado a los medios sociales, fan de PHP, amante de psql, geek. Vamos a morir pronto. Lo que queda es amar, disfrutar de nuestras glorias, miserias y afinidades electivas.

More Posts - Website

Follow Me:
TwitterFacebookGoogle Plus

Leer entrada anterior
The Wired Tablet App: A Video Demonstration | Epicenter | Wired.com

Much is still to be answered about magazines and other media on this emerging class of devices, from the business...

Cerrar