All the leaves are brown and the sky is gray y entonces uno en pleno escape confundiría California y se mudaría a un pueblo, de esos 80, 95%, 99% chavista y encontraría teta en la única estatal de la región. Silla, mesa, máquina para estudiar láminas de powerpoint sobre la revolución bolivariana mientras se busca una pick-up en tucarro.com.
No es cuento, uno pasaría mañanas enteras preguntándose cuánto tardaría en llegar al próximo pueblo, contemplando lo lejos que queda Caracas, contemplando los tres mil bolívares que cobra el Banco de Guayana aparentemente de manera aleatoria. Pensaría uno en las morocotas que enterraron antepasados en el campo inglés, paraíso perdido cuyo intrincado portón victoriano ahora yace roto y cubierto por la inevitabilidad de la maleza.
Uno estaría preparado. A lo lejos un reggaeton se confundiría con Yordano y eso sería combustible para imaginar dónde se unen los dos. Uno recordaría a Maximino diciendo que no le gustaba mucho Yordano porque era muy agudo, cuando visiblemente, aún cuando uno tuviese sólo diez años, no era un asunto del intérprete sino de la ecualización de un Corcel azul claro con raya blanca que mal imitaba al Fairlane de Starsky&Hutch.
Uno se perdería en un pueblo con el único propósito de anotar cosas en una servilletica mojada, un pueblo donde el olor a fritanga sería testimonio, recuerdo de una buena comida en un lugar distinguido. Donde el gran evento del año sería ir a la plaza a tomarle unas fotos a los niños con la decoración decembrina. Donde uno podría salir a la calle mientras vuelve la luz y espantar a la plaga con un habano que trajo el médico de la misión. Un pueblo donde se bebe con las gaveras al pie de la silla para llevar la cuenta, donde no puedes decir que no quieres otra porque te matan a cuchillo. Un pueblo donde el que se va primero pierde y pierde feo. Un pueblo lleno de secretarias prietas, cabellos lisos recién bañados, que aparecerían en la puerta una tarde nublada y preguntarían si pueden entrar pa ve qué pasa. Un pueblo para escuchar Alí Primera los domingos por la mañana y The Cure después, justo antes de instalarse a ver Venevisión con el cerebro voluntariamente atrofiado, incapacitado para encontrar sinónimos o seguir la compleja trama de las películas de acción. Un pueblo para que, sin razón aparente, en medio de The Cure, las carajitas de la plaza, el monte, la curda, las películas, el bullicio del cyber con playstations, uno pudiese hablar más que perdío cuando lo encuentran mientras cucarachas prehistóricas golpean a la puerta.
-¿Quién es? ¿Quién es? ¿Qué hay de cena? Uno no come gente, pero si es minero, colombiano o viejo fumapiedra, que me lo sirvan rallao, bien blanquito.
Uno diría.