Sábado, en el aeropuerto:
-Epa bicho ¿Qué más?
-¡Epale! -F., se llama F. Compartimos de alguna forma el bachillerato. La familia de F. siempre estuvo medio jodida, pero eso no trascendía, F. era uno de los ratas del salón. Un tipo popular.
-¿Qué más? ¿En qué andas?
-Bueno, lo mismo de siempre.
-¿Las computadoras y vaina?
-Aja -Al pasar de los años, ‘las computadoras y vaina’ es la descripción laboral más comunicacionalmente efectiva que he encontrado. -¿Y tú?
F. es trader de hidrocarburos. Su trabajo consiste en colocar su cupo de producción de la estatal petrolera en el mercado internacional. Le compró el derecho a un tipo que a su vez le compró el suyo a un diputado.
-Si marico, me pidieron 500 y bueno los junté con unos panas y me metí en esa vaina. Pero eso era antes, ahora están pidiendo un palo, palo y medio. -No soy tan estúpido como para preguntar si habla de miles de bolívares. Tampoco para asombrarme de que para él medio millón de dólares sea simplemente un punto decimal.
-¿Y que tal? -asomo, reponiéndome.
-Bueno bien, más o menos cien por mes. -Nótese la omisión crónica de la palabra ‘mil’. En el mundo de F., la unidad monetaria indivisible son diez benjamines. -Le compré sus partes a los socios y nos quedamos dos. Porque tu sabes, es un peo con el stress y la viajadera y ellos no estaban pa’ eso.
-Si, claro.
-Pero eso es lo que es, marico. Porque cuando estos coños hayan acumulado lo que les falta, la casa afuera para la esposa y la jeva, van a tirar la mierda comunista y ahí si que los que no tengan uno o dos palos donde poner el culo se van a joder. Menos mal que tú empezaste temprano con la vaina esa de las computadoras.
-Ujum… ¿Mira y para dónde vas?
-Para ######.
-Allá fueron unos juegos de invierno -Fue el comentario más estúpido que se me ocurrió en el momento.
-… -Le sabe a mierda, le importa un coño -¿Y ustedes?
-Para Dominicana.
-Ah. -Aderezado con una expresión que parecía decir ‘¡Qué clase de pelabola! Para eso quédate, pedazo de imbécil, o no, no, mejor vete para Curazao, compras perfumes, vuelves y los vendes tirado en el piso como el perro miserable que eres’. -Bueno, toma mi tarjeta. Llámame.
Cuando era niño pensaba que una motivación válida para el trabajo duro, para no faltar ni un solo día a clases, era que eventualmente yo iba a triunfar y todos los ratas del salón, los populares, malos estudiantes, dañados que se cogían a las princesas a los quince años, terminarían siendo mis empleados. La dura verdad es que los bichitos se proyectan como bichos en el mundo adulto y terminan siendo directores de periódicos, DISIPs, cirujanos plásticos, dentistas, abogados duros, e inevitablemente, políticos. Millonarios (USD) a los treinta. No hay automotivación que pueda contra eso.
Luego de unos minutos:
De un tiempo para acá, a la gente que trabaja para o apoya al gobierno (que es lo mismo), les da por vestirse de rojo para el aeropuerto. Debo confesar que la lógica detrás de eso me despierta cierto morbo. ¿Lo harán para joderle el cerebrito a los escuálidos que viajan? ¿Para que la guardia no les incaute el alijo de coca que llevan en las nalgas? Pero hasta que no me atreva un día a acercarme a uno y preguntarle por qué la camisa de los Leones del Caracas y la que dice ‘yo le chupo las bolas al Gran Líder’ son intercambiables, me conformaré con observarlos bovinamente mientras viven el sueño venezolano y se sientan en la puerta de Air France.
Nunca he tenido problemas graves, más allá del moral (¿o es fiscal?), con el enriquecimiento de los funcionarios. Pero me incomoda un poco que persuadan a un niño de ocho años para que se coloque una gorra del Ché. No porque sea El Ché. Ché™ es una marca internacional tan ‘inofensiva‘ como Nike o Reebok, sino porque sí nos permitimos eso, eventualmente algún tarado le encasquetará a su hijo una gorra de Reagan y entonces un buen muchacho del Ministerio del Poder Popular para las Prendas de Vestir no entenderá el chiste (como siempre) y decretará, como única solución posible, la prohibición absoluta de gorras, boinas y otros accesorios para la cabeza, so pena de ser colocado en una lista de segregación.
(miles de obreros morirán por la imposibilidad de utilizar cascos y el buen muchacho, acompañado por el Gran Líder solicitarán, por el amor que les tenemos, ocho años más para enmendar los errores)
Días después, en la playa:
-¿Pero a la final cuánto ganaste?
-Bueno.. como treinta mil -contesta ella con una voz un tanto temblorosa, un tanto estúpida.
-Pero… osea, ¿metiste cuarenta para sacarle nada más treinta en un año? Coño, estás pelando bolas. No te rías. Hubo un tiempo en el que yo insistí, que les decía a R. y a tí cómo tenían que hacer las vainas. Pero después tiré la toalla… y bueno ahora que te me acercaste me permito esto, pero tú sabes, si van a pasar la vida trabajando para alguien más, haciendo negocios chimbos a un lado y sacando ¿qué? 80% al año, ese es peo de ustedes.
-Bueno pero está también el diferencial cambiario.
-¿Qué? No mija, el diferencial es un regalo que te dieron, pero bien equivocada que estás si piensas que eso es ganancia.
Volteo, A. está embelesada con la conversación. ‘¿El suegro?’, me pregunta con los labios.
-Si. Y nosotros somos unos guevones coleados en esta fiesta.