La mayoría señala lo obvio: «aprovecha, despídete bien de tus amigos, no los verás más. Disfruta a tu familia» y cuando dicen «familia», pienso en que no atenderé la primera caída grave de mi madre, que no seré testigo de ese corto cáncer que anulará al viejo, o de la inescapable caída de naipes que orfanará a mis primos.
Los más poetas, me recuerdan que debo despedirme de la ciudad. Que no debo odiarla en el adiós. «…así como a las mujeres», susurran.
Pero todos encuentran razones para escapar. Todos comprenden.
Excepto ellos.
Cada vez que entro a la habitación, los enfrento. Todos los días me esperan allí, invariablemente desilusionados, severos, incrédulos. Ellos y yo sabemos que no hay forma elegante ni sensible de hacer esto, porque ¿cómo se despide uno de cuarenta años de libros?