Uno nunca piensa en como todos los supermercados del mundo se parecen.
Están hechos de esa forma para que puedas encontrar lo que buscas. No importa a cuál súper vayas, los enlatados casi siempre está cerca de la pasta, las chucherías junto a los refrescos.
Cuando vives en tu ciudad, es relativamente fácil mantener un inventario de tiendas similares y elegir la correcta: en tal sitio compro la leche, en este otro, la carne.
Cuando te has movido mucho, ayudas a la memoria con olores, o con los productos específicos de cada región. Pero los recuerdos se complican aún más si compras en cadenas multinacionales que se imitan unas a otras. ¿Fue en Carrefour o en Walmart en donde compramos esos Fritos? ¿en Al Campo? ¿Foodtown de Bed-Stuy? ¿Y aquellas frutas tan buenas? ¿Dónde compraste esta toalla que has empacado en varios continentes? ¿IGA? ¿cuál IGA?
Lo mismo pasa con los paisajes, los medios de transporte, edificios, museos.
Así que al final, tu único ancla para los lugares termina siendo la gente con la que hiciste mercado. Embutidos con Orlando y Luis, chocolate-chip cookies con Irene, Torta del Casar con Plácido, carne de caballo con Andrea y Vicente, mejillones con Mónica y ¿con quién fue que descendimos a ese sótano, Allen Ginsberg, y procedimos a tocar exóticas verduras del sudeste asiático?