No hay una sensación semejante a la de pensar que vas a morir. Dicen algunos que, en esos momentos, todos los instantes importantes de tu vida corren a galope delante de tu memoria en cuestión de segundos. No es así. Lo que sucede es que haces un juicio sobre ti mismo, sobre tu propia estética, sobre tu forma de ser como quisiste ser, si has obrado en consecuencia con lo que le exigías a tu vida. Y no tienes miedo más que de ti mismo, de no haber sido capaz de ser lo que deberías haber sido, de no responder al dibujo que deseabas trazar para tu propia alma. Tu miras en el espejo de la muerte esperando estar a la altura de tu propio orgullo. Y si piensas que lo has logrado, puedes incluso sentirte alegre aunque lamentes tu fin. Porque morir es algo gratuito, que sucede cuando menos lo esperas. Pero vivir en armonía con tu propia estética es un raro privilegio. Y eso, sólo eso, es el valor.