Las obras de ingeniería me conmueven más que otros tipos de arte. En ellas podemos encontrar el más claro desafío del hombre contra la naturaleza. Muchas reflejan las aspiraciones de sus autores y relatan de manera muy elocuente las historias de pasión y muerte que llevaron a su finalización.
Quizás es porque soy ingeniero, pero hay cosas que visto y sentido en presencia de algunos puentes, que no he experimentado en museos.
Y hay museos cuyo exterior es más sublime que todo su contenido.
También obras eternamente inconclusas que pueden revelar belleza.
Y por supuesto, el diseño industrial, ese que responde a una larga tradición de derivar un placer estético en el uso de un instrumento.
El mundo está lleno de objetos que no necesariamente tenían que ser de una forma, pero sus autores comprendieron que estaban construyendo una cosa que, además de tener un propósito utilitario, debía verse bien, porque quizás algún día alguien se fijaría en en ella.
El metro de mi ciudad natal es una cosa hermosa. Sus ingenieros no tenían por qué hacerlo así. Pudieron hacer algo útil y ya, como el resto de los metros de América Latina. No hacía falta quemar presupuesto para crear un ferrocarril visualmente impactante ¿o si? El metro de Caracas trascendió su sentido utilitario para fabricar una idea, un concepto de eficiencia, un símbolo de un país posible. Sus ingenieros crearon un objeto que durante una década fue referente mundial y orgullo local.
Todas estas personas tenían trabajos normales como tú y yo. Quizás muchos pensaban que no tenían una vena artística. Pero un día decidieron expresarse a través de su trabajo y crear una experiencia. Fabricar algo con pasión, algo magnífico, conmovedor.
Mientras trabajaba, estuve todo el día pensando que hoy millones de personas han creado algo. ¿Qué has hecho tú hoy? ¿Has creado algo con pasión? ¿Has construido experiencias agradables? ¿Has hecho una cosa hermosa?
Muchos tenemos trabajos aburridos, pero también sabemos que hay varias formas de hacer las cosas, unas más estéticamente agradables que otras. De pronto en tu trabajo no construyes ni diseñas, quizás tu trabajo sea horrible y miserable, quizás tus hijos sean tu cosa hermosa. Y eso está bien. Es el más importante de los fines.
Y si luego de hacer un análisis profundo te das cuenta de que tu trabajo no te permite crear al menos una cosa placentera, es importante que te des cuenta de que estás muriendo. Es hora de dejarlo.
Lo que trato de decir es que cada día que pasa sin enfocarnos en crear arte (llámalo como quieras), es un día que entregamos al olvido y la vida debería ser lo contrario: una aspiración constante a lo memorable. Tengo la sospecha de que Javier Reverte tiene razón en La Noche Detenida y al final de todo, en ese momento en el que hagas un juicio estético de tu vida, desearás haber creado al menos una cosa hermosa.