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El mejor polvo de mi vida

gracias, A y M, por la idea.

«Tu no quieres una coca cola en el desierto. Quieres un refrigerador con filtro.» -MMP

Soy bastante capaz de destruir lo que idolatro, así que trato de no releer para no decepcionarme, para que esas marcas de las primeras lecturas permanezcan intactas en la memoria.

Las veces que he cedido a la curiosidad, me encuentro con que esos pasajes que pensaba brillantes, no lo son tanto. Que una idea que recordaba sabia, era un ardid.

Me pasa también con la música. Las angustias de Roger Waters son pasajeras, Paul Simon es un veinteañero incapaz llevar una relación, Jim Morrison es casi un adolescente y él y Cobain y Jimi, Janis y la corte de músicos suicidas son todos unos niños malcriados que no saben nada de la vida. En fin, a medida que envejeces descubres que esa obra de tus héroes, congelada en el tiempo, se desdibuja, ya no explica tus problemas, te queda pequeña.

¿No te ha pasado que, luego de años, ves una peli que pensabas brillante y la encuentras medio sosa? A mi me ha pasado la semana pasada con La Naranja Mecánica. Cuando la miras por primera vez, con ese cerebro como una esponja, te parece una maravilla. Luego creces, ves más películas, tu estética va cambiando, te vuelves más exigente. Luego de Pulp Fiction, o Seven, o Requiem for a dream, o cualquier otra de esas que existe gracias a La Naranja Mecánica, nuestro vocabulario del shock se ha sofisticado tanto, que La Naranja nos parece un juego de niños, un poco lenta, un poco aburrida. Sólo queda regodearse en los planos, en la intuición que tenía Kubrick para montar una escena. «Para la época ha debido ser impactante», es la frase con la que acompañamos a esas películas.

Me pasa con Los Goonies, inclusive con La Guerra de las galaxias. Pero no con Indiana Jones, por ejemplo. O al menos, no todavía…

Y lo peor del asunto es que es un poco triste. Mi vida, mi apreciación de las cosas de la vida, era mucho mejor antes de pensar todo esto.

 

Lo mismo pasa con el sexo. Creces, experimentas cosas y marcas ciertos hitos. Luego, fijas uno de esos como «el mejor polvo de mi vida» y allí se queda, indiscutible en el pasado. Tienes otras relaciones, sientas cabeza y allá está el mejor polvo de tu vida o, mejor dicho, lo que tú crees que fue el mejor polvo de tu vida.

Y seguramente pasa lo mismo que con los libros, la música o las películas: es algo que recuerdas como bueno. Fue bueno. En aquella época. Tu juicio sobre el sexo se va afinando con los años y lo que recuerdas probablemente no es calidad, sino sorpresa. La misma sorpresa que sientes cuando oyes una frase de autoayuda por primera vez.

Por eso es que la gente dice cosas como «bueno, este no será el mejor polvo de mi vida, pero me quiere» y otras estupideces conformistas construidas sobre una idea falsa. «Las Crónicas de Narnia es una buena peli, pero nada como La historia sin fin«. Mentira. Y si sigues creyendo esas pendejadas, un día abandonarás a tus hijos, buscarás a La historia sin fin, te la follarás y te llevarás una de las peores decepciones de tu vida.

 

 

 

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