afinidades electivas

Un problema grave con la crítica

En las últimas semanas hemos visto la culminación de una campaña de redes sociales para el lanzamiento de Paisajeno, el último libro de Willy McKey. La campaña está potenciada con videos de YouTube y me parece que ha marcado un hito en la historia de la edición en Venezuela. O mejor dicho, en Caracas.

Una ciudad no es ciudad hasta que tiene un mundillo literario de alianzas cruzadas. Dentro de ese mundillo, hacen eventos, se reúnen para leer malos poemas, todo el mundo aplaude y se da palmadas en la espalda. Todos sonríen para la foto. Nadie se preocupa por escribir bien.

He vivido en mal llamadas ciudades que no tienen eso y créeme, no es lo mismo.

Y no me mal interpretes, respeto a Willy, me parece que la evaluación de la poesía venezolana que hizo con Santiago Acosta era necesaria desde antes de que él naciera. Esto tampoco quiere decir que me guste como escribe Willy. Muchos hechos apuntan a que él sabe más que yo sobre escribir bien. Pero no me gusta. No solo no me gusta, sino que estoy seguro que a mis maestros –esos que todavía se sientan en la parte de atrás de los recitales en Caracas– tampoco les gusta. Apuesto que se guardan palabras muy, muy duras.

Y esa es la clave: se las guardan. Porque suficientemente jodida está la situación, como para pisarse la manguera.

En panfletonegro no nos las guardamos.  Panfletonegro podría destacar por un puñado de cosas, inclusive por lo pobre de su contenido. Pero en lugar de eso, destaca porque somos «unos resentidos» y porque criticamos «en vez de hacer algo». Somos una verruga en la internet porque mucha gente tiene un problema grave con la crítica, o mejor dicho:

(…) confunden la crítica con el odio, cuando reclamas un mal servicio te miran como un bicho raro, te atreves a hacer un comentario sobre Dudamel que no involucre la palabra “genio” y eres crucificado, los medios de comunicación mantienen a la rosca dulce dando vueltas y cierran más puertas de las que abren (…)

Adriana Perez Bonilla – La crítica, esa bitch

Esto lo hemos hablado y hemos tratado de justificarnos una y otra vez en artículos y comentarios. Sobre todo en los del «Rock Nacional«, donde convergen todos los fundamentalistas venezolanos. Pero no hemos ni comenzado a hacer mella en esas actitudes (tampoco esperábamos mucho, la verdad). Es tan notoria nuestra tendencia a «criticarlo todo» y a que «no nos guste nada» (a pesar de que google señala lo contrario), que un autor nuevo publicó en estos días un artículo contra Willy McKey con la obvia intención de hacer una caricatura del panfleto. Willy lo recibió como un campeón. Pero nos hemos definido tan claramente dentro del mundillo literario caraqueño, que muchos se tomaron en serio ese trollbait y la respuesta de sus fans no se hizo esperar.

Lave, enjuague, repita.

Y es que al final, más que un problema de actitud ante la vida, he comenzado a pensar que es un asunto genético. Eres susceptible a la crítica o no. En el viejo panfleto, tuve el placer de editar cientos de reseñas pendencieras de Sergio. Siempre con el temor, no, la certeza, de que algún día me tocaría a mi y para ese momento reservaba sus palabras más duras. Pero con la misma seguridad creo que él puede criticarme y yo a él y eso no evitará que nos tomemos una cerveza o nos admiremos menos. Esa actitud automáticamente nos convierte en parias y de pronto por eso estamos escondidos llorando en la misma trinchera.

Este problema frente a la crítica se potencia con el consenso diseminado de que la generación Y evita el conflicto a toda costa. Facebook no tiene botón de «unlike», el «me gustó, pero…» es imposible en twitter y te mueres un montón de veces en Pinterest. Anda, busca «I die» en Pinterest. Te espero.

Las plataformas de comunicación positivistas nos dan un atajo para evitar el conflicto, pero a la vez hacen mella en nuestra capacidad para argumentar. Estamos tan mal entrenados que cuando escalamos el muro de la inhibición y nos atrevemos a criticar, tardamos dos líneas en caer en el argumento ad hominem, o en el reductio ad Hilterum.

Al perder nuestra capacidad para criticar, perdemos una herramienta fundamental para el progreso cultural. Jacob Silverman lo dice mejor en este necesario artículo para Slate:

A better literary culture would be one that’s not so dependent on personal esteem and mutual reinforcement. It would not treat offense or disagreement as toxic. We wouldn’t want so badly to be liked above all. We’d tolerate barbed reviews, some quarrels, and blistering critiques, because they make our culture more interesting and because they are often more sincere reflections of our passions.

Eso es, exactamente ¿Cómo se suponer que ayudo a la cultura si no meto el dedo donde duele?  ¿No les parece que ya tenemos suficientes aplaudidores? ¿En serio creen que hasta la crítica más equivocada no puede ayudarnos a descubrir algo?

(este artículo de Silverman nos revela otra cosa: esto no es un problema de la ciudad de Caracas. Por supuesto que no. Soy culpable de un ardid. Aunque tú y yo sabemos que el problema se manifiesta con distintas intensidades, dependiendo de lo acomplejada y pretenciosa que sea una sociedad. Si vives en otro lugar, te invito a cambiar «Caracas» por tu centro urbano más próximo. Eso sí, tal como mencioné, debe tener un mundillo cultural)

La escena de la crítica en Caracas quiere ser una copia de la revista Estampas. Nadie se queja, nadie tiene una opinión distinta y todo el mundo simula que se leyó el libro, compró el disco, lo entendió y tiene una camiseta que lo demuestra. De pronto si hubiese más crítica y menos payasadas, no habría tanta mediocridad. El mundillo de la cultura caraqueña dejaría de ser ese circo precario en el que los «críticos» confunden la escritura con el copypasta.

Así que la próxima vez que te preguntes por qué en Caracas no ocurren las cosas que quisieras (a nivel cultural, político o económico), permíteme sugerirte un culpable: nuestra incapacidad emocional, cultural, intelectual y genética para tolerar una crítica.

 

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