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Dentro de la iglesia de San Felipe de Portobelo se escucha un escándalo de Maelo. Luis, estacionado afuera, lo tiene puesto a todo volumen. El santo impresiona, la iglesia se está cayendo a pedazos pero el altar y el púrpura imperial del nazareno revelan una opulencia que no se mide en oro. Nunca lo han podido sacar, me cuenta Luis, porque la naturaleza ataca cuando intentan. Espero mi turno para verlo. Hay un lugar frente a la estatua en el que te paras y el tipo te mira y cuando lo hace sabes que él sabe que tú sabes que él lo sabe todo. Te desnuda de piedad, de fuerza, ira y amor.
Le rezo al Negrito Lindo de Portobelo por lo único que se le puede rezar si alguna vez has oído una canción de salsa: por los amigos.
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