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Reclinada y caída de la civilización occidental | Dan Kois

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The woman sitting in front of me on this plane seems perfectly nice. She, like me, is traveling coach class from Washington to Los Angeles. She had a nice chat before takeoff with the man sitting next to her, in which she revealed she is an elementary school teacher, an extremely honorable profession. She, like me, has an aisle seat and has spent most of the flight watching TV. Nevertheless, I hate her.

Why? She’s a recliner.

 

Desde que soy más o menos «adulto», no me reclino en los aviones. Me parece grosero con los que van detrás. Ya estamos todos suficientemente incómodos, ya hemos sido suficientemente agredidos y humillados para acceder al avión, como para que venga yo a descargar toda mi humanidad sobre las rodillas de algún inocente.

A menos, claro, que la persona que esté adelante de mi lo haga. En cuyo caso, en lugar de masticarle los pelos al tipo de adelante, me reclino también.

Dan Kois tiene un buen punto en este artículo:

Obviously, everyone on the plane would be better off if no one reclined; the minor gain in comfort when you tilt your seat back 5 degrees is certainly offset by the discomfort when the person in front of you does the same. But of course someone always will recline her seat, like the people in the first row, or the woman in front of me, whom I hate. (At least we’re not in the middle seat. People who recline middle seats are history’s greatest monsters.)

Dudo que una minoría entienda esto y deje de reclinarse por convicción. Asientos no-reclinables: una de esas pocas cosas que me gustaría que las aerolíneas incluyeran en su largo checklist de vejaciones.

 

 

 

 

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