Dentro de miles de años los arqueólogos se preguntarán por qué perforábamos el lecho de las ciudades, para qué servían los túneles de metro y cómo hacíamos para construirlos si éramos tan primitivos. Sentirán la misma fascinación que tenemos nosotros por las pirámides o las ruinas de Cusco.
Pero los aspectos más locos, detalles como una perforadora que twittea, se perderán para siempre. Las pequeñas cosas que construimos por pasión y no por utilidad, las historias y los dramas paralelos, lo efímero y oculto detrás de cada gran obra, son los verdaderos tesoros de la ingeniería.