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Segundo violín

late_quartet

Philip Seymour Hoffman no era un actor especialmente versátil. Tenía dos personajes (tres con Capote) y una sola forma de tocarse la frente. Sin embargo, era excepcional como actor de reparto. Sus pausas y su mirada lo transformaban en el antagonista que imaginábamos. Su presencia y su voz obligaban al resto de los actores a destacarse. Jason Robards se fue del cine por la puerta grande gracias a su enfermero/confesor, Joaquin Phoenix no hubiese sido esa fuerza de la naturaleza sin ese impenetrable encantador de serpientes, la mitad de la tensión que siente Matt Damon en Mr. Ripley viene de ese molesto Freddie Miles, y sin el hombre de los colchones, Adam Sandler no hubiese enunciado el monólogo de su carrera, uno de mis momentos favoritos de la historia del cine.

Phillip Seymour Hoffman participó en una buena parte de las películas culturalmente relevantes de los últimos 20 años y en casi todas extrajo lo mejor del actor principal. Curiosamente, la última película en la que lo vi –El último concierto– trata precisamente de cómo en una relación cada quien juega un rol, de las tensiones que se desatan cuando los roles se ponen en duda, de la necesidad de un segundo violín para el éxito del solista.

El peor aspecto de su muerte es que, de ahora en adelante, sin su presencia en escena, un puñado de grandes actores pasarán desapercibidos.

 

cine

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Daniel Pratt

Emprendedor, artista de calle, aficionado a los medios sociales, fan de PHP, amante de psql, geek. Vamos a morir pronto. Lo que queda es amar, disfrutar de nuestras glorias, miserias y afinidades electivas.

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