En esta ciudad cualquiera tiene una chapa, luces intermitentes, derecho a interrumpir el tráfico en los semáforos. Si no llevas carné, eres una singularidad estadística, una nota al pie, el estado te ignora, no existes.
Las chapas son los instrumentos que diseñamos como sociedad para mitigar nuestras limitaciones. Los venezolanos –portadores o no– hemos descubierto que, como en el póquer, las chapas se muestran cuando se intuye que el contrario tiene una mano peor. Sin embargo, a diferencia del juego de mesa, los bluff terminan usualmente con una de las dos partes mostrando un Royal Flush de 9mm, cortesía de los amigos de CAVIM.
Nuestra percepción de la educación –y la calidad de la misma– ha cambiado. Hace cien años ser bachiller significaba algo. Hoy un título universitario no vale. «Mínimo postgrado y cinco años». ¿Qué haremos con las chapas cuando todos tengamos estudios superiores en clientelismo?