Este año he estado expuesto a un montón de literatura y documentales sobre la primera guerra mundial, citas de Adiós a las armas y otras grandes obras escritas durante la última guerra de los poetas:
Me callé. Siempre me han confundido las palabras: sagrado, glorioso, sacrificio, y la expresión “en vano”. Las habíamos oído de pie, a veces, bajo la lluvia, casi más allá del alcance del oído, cuando sólo nos llegaban las palabras gritadas. Las habíamos leído en las proclamas que los que pegaban carteles fijaban desde hacia mucho tiempo sobre otras proclamas. No había visto nada sagrado, y lo que llamaban glorioso no tenía gloria, y los sacrificios recordaban los mataderos de Chicago con la diferencia de que la carne sólo servía para ser enterrada. Habían muchas palabras que no se podían tolerar y, a fin de cuentas, sólo los hombres de las localidades habían conservado cierta dignidad. Pasaba lo mismo con algunos números y algunas fechas. Los nombres de las localidades era lo único que aún parecía tener algún significado. Las palabras abstractas como gloria, honor, valentía o santidad eran indecentes, comparadas con los nombres concretos de los pueblos, con los números de las carreteras, con los nombres de los ríos, con los números de los regimientos, con las fechas.
The Guardian estableció una conversación entre poetas de la guerra y nuestros contemporáneos, mientras que en el New Yorker, George Packer revisó la literatura de las últimas dos guerras norteamericanas y la distancia entre el gran público y estos conflictos:
Without a draft, without the slightest sacrifice asked of a disengaged public, Iraq put more mental distance between soldiers and civilians than any war of its duration that I can think of. The war in Iraq, like the one in Vietnam, wasn’t popular; but the troops, at least nominally, were—wildly so. (Just watch the crowd at a sports event if someone in uniform is asked to stand and be acknowledged.) Both sides of the relationship, if they were being honest, felt its essential falseness. A tiny number of volunteers went off to fight, often two or three times, in a war and a country that seemed incomprehensible. They returned to heroes’ welcomes and a flickering curiosity. Because hardly anyone back home really wanted to know, the combatant’s status turned into a mark of otherness, a blessing and a curse. The title of David Finkel’s recent book about the struggles of soldiers returned from Iraq, “Thank You for Your Service,” captures all the bad faith of a civilian population that views itself as undeserving, and the equivocal position of celebrated warriors who don’t much feel like saying, “You’re welcome.”
De ese artículo extraje dos poemarios excelentes: Letter Composed During a Lull in the Fighting y Here, Bullet. La singularidad de los poemas en estas colecciones nace del hecho de que son escritos por soldados conscientes, es decir, huérfanos, parias, apátridas incrustados un entorno de pasión y salvajismo que sus compatriotas –y el resto del mundo– han optado por ignorar.
Two Stories Down
When he jumped from the balcony, Hasan swam
in the air over the Ashur Street Market,
arms and legs suspended in a blur
above palm hearts and crates of lemons,
not realizing just how hard life fights
sometimes, how an American soldier
would run to his aid there on the sidewalk,
trying to make sense of Hasan’s broken legs,
his screaming, trying to comfort him
with words in an awkward music
of stress and care, a soldier he’d startle
by stealing the knife from its sheath,
the two of them struggling for the blade
until the bloodgroove sunk deep
and Hasan whispered to him,
Shukran, sadiq, shukran;
Thank you, friend, thank you.