No existimos en la misma ciudad,
sin embargo,
compartimos la fugaz lectura de una idea,
los símbolos del tránsito.
En el vacío espacio-temporal del azar disfrazado de encuentro
los poetas reconocen la hermosa accidental ambigüedad
de señales que pretenden distanciarlos:
La tela que se confunde en cuero trenza y pie,
un quiebre de cintura en el rayado,
ciento diecisiete mil anuncios ilegales, brujerías del capital,
milenarias claves codificadas en el registro automotor permanente.
El último parpadeo,
el parpadeo infinito antes de la sorpresa,
la detonación silente,
susurro de alacranes en el escándalo urbano de la sangre.
El rastro sonoro de un recogelatas,
moderno heraldo de Dios, anuncia
la ruptura de los engranajes
en la caja asincrónica del universo.