Durante un taller, hacia finales de 2000, Angel Gustavo Infante nos puso la tarea de ir a una exposición de Luis Brito (aka Gusano) y escribir un cuento. La experiencia se volvió un acto de salvación cuando el Gusano fue tan gentil como para ir al taller y escuchar lo que escribimos. Una cosa llevó a la otra y Pedro y yo quedamos encargados, en nombre del taller, de armar un librito de cuentos con fotos de Luis Brito, un Luibrito.
Los dos meses y medio siguientes estuvieron llenos de episodios como éste que describe Pedro:
(…) siento que estoy con Daniel Pratt y el Gusano, en una mañana del 2000 o 2001, quizá, cuando salimos a recorrer Caracas desde su estudio del Centro, en un proyecto que estábamos montando con él (y que jamás se dio). Ese día, Luis parecía tomar una foto con la mirada cada 30 segundos. «Chamo, mira eso!», decía, «Allá, allá, mira!». Daniel iba al volante. Ambos intentábamos seguir su ojo, pero era imposible: era preciso, rápido, pasaba inmediatamente a otra cosa tanto o más interesante. «Ah, coño, ustedes no ven nada!», decía, con una sonrisa divertida, y tenía razón: él veía lo que nosotros no veíamos.
Yo también cuento esa historia, quizás porque forma parte de ese bildungsroman que comparto con Pedro, quizás también porque a esa impresionable edad de veintitantos, un fotógrafo genial traduciéndonos el bombardeo sensorial del centro de Caracas, es categóricamente un recuerdo imborrable.
Conmigo, con esa proto-versión de mi, Luis no hablaba ni razonaba, sólo gritaba, conminándome a ver y escuchar al mundo, tratando de inocularme el virus de la mirada. Luis me enseñó un montón de cosas sobre el arte, la fotografía, la poesía y la vida durante esos días en los que montamos el Luibrito.
A lo largo de los años me lo encontré en alguno que otro evento, casi todos los días veía su trabajo en Facebook, o leía el titular de los artículos que compartía con el escueto comentario de «Algo…». Siempre traté de demostrarle mi gratitud por haber compartido su mirada, pero nunca fui tan claro y directo como él.
Gracias, maestro.