… si, es Albert Speer construyendo una interesante disertación sobre Hitler.
Durante los últimos diez años, gracias primero a Discovery y luego a The History Channel, los documentales sobre la Segunda Guerra Mundial han ganado profundidad y amplitud de temas (Imaginary Witness: Hollywood and the Holocaust y Prisioner of Paradise son dos notables ejemplos) y han alimentado la memoria colectiva lo suficiente como para que aventuras millonarias como Salvando al Soldado Ryan y Band of Brothers sean posibles.
The World at War fue en su tiempo el más ambicioso proyecto de recolección histórica jamás filmado (y la verdad es que intuyo que lo sigue siendo). Fue también mi primer contacto con el punto más bajo del siglo XX. En Caracas lo pasaban en Televisora Nacional, Canal 5, alternándolo con la historia del automovilismo.
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Tenía once años cuando me enganché por primera vez. Fue tal el impacto que recuerdo la escena: estaba con mi abuela pasando canales mientras llegaba la hora de un partido de México’86 y caí en una descarga de cohetes (Katyushas, con su silbido particular, iniciando el contraataque de Moscú en Diciembre del ’41). Por supuesto que había visto y leído algo sobre la segunda guerra, pero tenía una visión romántica creyendo que era un conflicto donde aplicaba el código de caballería. Nunca había imaginado la guerra total… o mejor dicho, que los hombres fuésemos capaces de engendrar tal salvajismo.
Fue cuando entendí por completo una tira de Mafalda en la que Felipe descubre la precedencia de la ametralladora a la máquina de escribir.
El capítulo siguiente, «Stalingrado», contiene la primera imagen que guardo de una anciana llorando mientras examina rostros en una pila de cadáveres. El Mundo en Guerra mostraba lo necesario, no alcanzaba lo mórbido, pero definitivamente no era el material digerible que pasan en Discovery Civilization.
Gracias a Dios y a Amazon, hoy puedo revivir los 26 capítulos + 12 horas de material adicional + otros periquitos en la privacidad de mi mente adulta. No está subtitulada, pero la narración de Laurence Olivier es bastante clara y lo suficientemente deliciosa como para que no importe repetir las partes que uno no entiende. La música de Carl Davis (otra de las cosas que recordaba vivamente) sienta el tono como en ningún otro documental. Con un tema de minuto y medio dice «esto no es una película, estos no son juegos, esta es la historia de una tragedia humana».
Pero quizás lo mejor sean las entrevistas. Para 1974 casi todos los grandes estrategas y protagonistas estaban vivos. No es lo mismo una infografía que un coronel ruso explicando un movimiento de pinza, o James Doolittle hablando sobre el ataque que lleva su nombre, o Lawrence Durrell relatando el lado humano de la caída de Grecia. En el capítulo de La Guerra del Atlántico los comentarios de primera mano no son de un marinerito que tenía 16 años cuando zarpó a principios de 1945, sino del Großadmiral Dönitz en persona.
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Post-Post: si alguien sabe quién narraba El Mundo en Guerra en América Latina (o en Venezuela concretamente), por favor avise.