La primera vez que vi el show de Chris Gethard, pensé que claramente era el producto de un maníaco: el presentador haciendo el ridículo dentro de un círculo de cosplayers, pixies, furries y normales, acompañado por unos inadaptados que fungen de sidekicks y una banda que compone canciones para cada emisión. Un tipo que puede tener ideas como «hagamos un programa luego de pasar 36 horas sin dormir» y «tengamos una cabra en el estudio» y que se ríe y llora en cámara con cada giro inesperado que da el programa. Hay que darle las gracias al genio visionario que dejó convencerse de que había que darle un sótano y unas cámaras a Gethard.
La nueva temporada está mucho mejor producida, pero conserva la estética de televisión comunitaria y ecos del Letterman de los 80: militantemente raro, tratando continuamente de romper la “fórmula” de su programa, lo que sea que eso signifique.