Un tipo entra al bar cargando una bolsa de supermercado, se ve un poco nervioso, pide una botella de sidra, suda un poco y comienza a hablar con el primero que presta atención. Luego de un par de culines, llama al cantinero y, en un gesto que puede ser una proposición o el final de una apuesta, saca un centollo gigantesco de la bolsa y lo coloca sobre la barra. Mientras conversan, el centollo, todavía vivo, mueve sus extremidades lentamente. Su dueño parece no llegar a un acuerdo con el cantinero, así que lo guarda y sigue bebiendo sin prisa.
Al rato, una pata se aventura fuera de la bolsa y acaricia lángidamente la superficie de la barra.