Una de las reseñas de TripAdvisor ponía “mi proveedor de helado me dijo que hasta que no probara el gelato en este lugar, moriría sin conocer uno de los grandes placeres de la tierra”, o algo así.
La tipa que nos atendió pilló nuestro acento de inmediato y se cambió al castellano. Resultó ser de Colombia. Era justo la semana en la que Maduro había cerrado la frontera e iniciado otra violación sistemática de Derechos Humanos. Mónica picó adelante y se excusó “por lo que estaba pasando». La heladera nos dijo que algo había visto en Facebook, pero no sabía cómo iba bien el cuento —saludable, pensé—. Dimos una vaga explicación, intercambiamos algunos otros lugares comunes sobre la demencia, la patria grande y las Repúblicas Hermanas.
Esta fue la primera vez que abrimos con una disculpa, y me pareció curioso. “Hola, soy venezolano, lo siento”. Cuando viajas eres embajador, único ejemplar de la fauna de tu país. Por ende, si eres medio gente, tienes que responder por los ignorantes y los salvajes, tienes que adelantarte en las excusas, fijar posición, adherirte a uno de los bandos desacreditados, sentir vergüenza a diez mil kilómetros. En fin, representar tu papel, cumplir al pie de la letra con el programa del totalitarismo.