Corto de O.Verde, basado en un cuento de Daniel Pratt, basado en una anécdota de C.G.Vilar.
…y el cuento original:
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Ciento cincuenta y uno
a Cami, por andar soltando anécdotas.
Mercedes nunca podía conseguir su puesto ideal en el estacionamiento. A pesar de que apenas se levantaba la barrera seguía la tradición de su madre de repetir «mente positiva, mente positiva», siempre encontraba todo ocupado. Ni siquiera había tenido suerte ese día. Con todo y que había llegado una hora antes por haber faltado a sus clases de spinning, tuvo que estacionarse como siempre a cincuenta metros de las escaleras, al fondo, en los puestos contra la pared.
No podía explicarse cómo hacía el tipo del Mustang rojo, siempre en el mismo lugar privilegiado, o el de la Bronco negra en el puesto perfecto, frente a la salida. Lo peor era que esos carros tenían dueños y los movían durante el día. Siempre que salía a las 7 para el trabajo veía con odio los puestos vacíos.
Estaba también el chevette blanco, el mismo del que se bajaba en ese instante un hombre, de unos cuarenta y pico, encorvado, medio calvo de cejas pobladas, vestido con una chaqueta blanca y pantalones crema. Mercedes se encontró con él al inicio de las escaleras.
-Buenas.
-Buenas.
La dejó pasar -Gracias -y subió las escaleras tras ella. Una vez en planta baja, ambos caminaron hacia el trío que formaban las torres E, F y G. Mercedes sintió los pasos detrás, un poco nerviosa. Huraña y paranoica desde hacía años, se negaba a interactuar con cualquiera de sus casi cuatro mil ochocientos vecinos. Sin embargo, en esta ocasión no temía por su seguridad, había visto ese carro antes y estaba segura de que al menos el hombre vivía en su conjunto. Pasaron por al lado de la torre E, luego la F. «Ah, fíjate, el tipo del chevette blanco vive en mi torre» -pensó cuando quedó la G frente a ellos.
Mercedes sacó su llave y abrió la reja del edificio, entró y la sostuvo para el hombre del chevette blanco
-Gracias.
El hombre abordó el ascensor y marcó el piso de Mercedes, el 15.
-Gracias -la miró extrañado con una sonrisa incómoda.
El ascensor comenzó a moverse. Pasando el tercero, Mercedes frunció el ceño, preguntándose si no iría a marcar su piso. Por el quinto comenzó a pensar que quizás iría a visitar a algún vecino, de repente el señor ese del 156, pero no dejaba de ser raro, el hombre del chevette blanco no tenía pinta de ir a visitar a alguien, además ¿Quién llega directo a visitar a un vecino? Lo más normal es que uno llegue a su apartamento y llame primero.
Entre el noveno y el onceavo, Mercedes desvió la mirada de la botonera y comenzó a detallar la chaqueta: cuatro bolsillos, algodón, parches crema en el pecho y los codos, forrada de marrón por dentro, marcas de curtido en el interior del cuello. Trato de distinguir el contenido de la bolsa plástica de supermercado que el hombre sujetaba en su mano izquierda ¿Sería vecino suyo? En su piso había dos apartamentos que creía desocupados. El hombre se percató de que estaba siendo observado y levantó la cabeza. Ambos sonrieron sardónicamente, él se aclaró la garganta. Mercedes volvió su vista a la botonera y sintió la desaceleración al llegar al quince.
La puerta del ascensor se abrió con un usual ruido digestivo, el hombre comenzó a caminar hacia el ala en donde quedaba el apartamento de Mercedes. «¡Pero si es el de enfrente!» -pensó ella y caminó tras él.
El hombre del chevette blanco escuchó como era seguido por Mercedes, miró sobre su hombro y le dijo sonriendo «Ah ¿Usted es la del 152?»
-No, yo soy la del 151.
Se rió -No, es imposible, yo soy el del 151.
-No… ¿ciento-cincuenta-y-uno? -dijo Mercedes lentamente.
Si, ciento-cincuenta-y-uno -llegó a la puerta del apartamento de Mercedes.
-No, está confundido, esta es la torre G.
-Bueno, mi apartamento es el ciento cincuenta y uno de la torre G -respondió con una sonrisa compasiva.
Mercedes se detuvo en seco, miró hacia el piso e hizo lentamente un chequeo de realidad asintiendo ligeramente: sí, ella vivía en la torre G del conjunto residencial El Vigía, en el apartamento ciento cincuenta y uno. Había abierto la reja en planta baja, por lo tanto, estaban en la torre correcta.
El hombre del chevette blanco mantuvo su mirada piadosa, se encogió de hombros, sacó la llave del bolsillo, abrió el apartamento de Mercedes y entró. Ella corrió hasta la puerta y antes de que él la cerrara en su cara, alcanzó a ver un mueble en la entrada, un piso de parqué y un color de paredes que no le pertenecían.
Se quedó atónita viendo el 151 de cobre remachado en la puerta. Vio la llave con la que había abierto la reja, tocó el timbre, esperó y volvió a tocar. Nada. Tocó con los nudillos -“¡Señor! ¡Señor! ¡Sólo una pregunta! ¡Señor!” -nadie vino a la puerta. Volvió hacia el ascensor ¿Habría más de un 151 en el edificio? No podía ser, estaba efectivamente en el piso quince y los números estaban compuestos por piso y apartamento.
Rascándose el cuello temblando fue hasta el final del pasillo de nuevo ¿Habrían cambiado los números? Un niño salió del apartamento y corrió, mirándola tímidamente mientras pasaba por su lado, hacia las escaleras. Mercedes sintió un ligero mareo y se apoyó en la pared para no caer, apenas la tocó se dio cuenta de que estaba tibia y retiró la mano asqueada, balbuceando. Con los ojos muy abiertos y la frente llena de pequeñas gotas, se detuvo ante la puerta del 151, miró hacia los lados, tomó su llave y la introdujo, escuchó el clic repetitivo de los dientes desplazando pines en la cerradura. Hizo una pausa, giró su muñeca y la llave una, dos veces con un gemido. La llave alcanzó el tope, Mercedes aplicó un poco más de fuerza, haló la puerta, la empujó y entró en su propio apartamento.