Hasta ahora, la cadena infinita nos lleva a esto:
Me asomo por la ventana y llueve.
Detrás de la vegetación inefable,
tu edificio, tu ventana, tu cuarto, tu cama, tú
abrazando la almohada como al último de tus
solitarios veinteañeros.
Llueve
Caracas, tú y yo estamos solos
y te llamo
y despiertas
y saludas alegre
como si olvidaras.
No quieres salir, así que
comienzo el discreto proselitismo de los tristes
Ríes.
Prometo imposibles
sabes que prometo imposibles
y sin embargo vacilas,
deslizas tus dedos por el auricular,
y al final,
escucho el roce de las sábanas
cuando te incorporas.