Los dos examinamos el cabello depositado en la mesa. Después hablamos de cosas del vecindario. ¿Y que ha sido del señor Sato? pregunté, con una educada tercera persona. Me miró y se tocó la nariz para asegurarse de que me refería a él. Esto era también una cortesía, lo mismo que mi gracioso asentimiento en respuesta. Sí, dije. Pasé entonces a un nivel más íntimo: por ejemplo, ¿tienes ya algún pasatiempo?
Pensó un rato antes de contestar: armas.