Puedes ser un cantante brasilero que jamás aprenderá inglés y así eres un jugador en el mundo. Vives en una región que está de moda, en un país que no ha dejado de figurar en cincuenta años.
Eres hondureño, venezolano, o colombiano y estás en el frente de batalla a favor o en contra del totalitarismo. Vives en China o en India y eres un número, pero a la vez una ficha en el proceso social más importante del planeta. Tu opinión cuenta.
En cambio, si eres un danés con la vida resuelta, un español yendo al curro, un gringo del medio oeste que acaba de perder su casa, si eres un joven francés regresando con tu grupo de un viaje de quinceañero por América, a nadie le interesa lo que pienses, lo que haces, lo que eres. A nadie le importa, por más que grites.