El consuelo que nos queda a los civiles es que la academia militar no te prepara para los placeres de la vida.
O, como dice Orlando, «hay gente para la que el concepto de ‘belleza’ abarca un espectro mas amplio. Gente que se deja hipnotizar por la verdad universalmente aceptada o por un detalle insignificante que la gran mayoria no ve.»
Para los militares, el placer estará siempre en seguir órdenes, simular virilidad. Para ellos, placer será tomar whisky en un yate, pagar por cosas, comprar vehículos rústicos, hijos, amantes. Nunca accederán al conocimiento que les permitiría entender qué deben beber y dónde deben comprar. Y aunque aprendan a imitar los códigos, los ejecutarán sin una traza de ironía, desvirtuando toda la maniobra.
Esa mismas limitaciones les impedirán encontrar el sosiego de mis amigos y criar hijos sanos en el epicentro del horror caraqueño, mudarse a Buenos Aires sin un centavo, sonreír, perseguir y encontrar el amor en Paris, conmoverse con el Bosco, escribir un libro que cientos leerán anónimamente y sin obligación, construir una película, un comercial de TV, un hogar, un postre a partir de un sueño, honrar a los ancianos, acceder a la belleza, el drama del Ávila. En fin, tener y disfrutar aventuras. Vivir. Vivir como civiles, como humanos y acostarse sabiendo que su único problema, su único temor podría ser la envidia, la carencia de los militares, porque los militares son y siempre serán formados para pertenecer a una elite de pobres de espíritu, de millonarios en bancarrota permanente.