Tony Hawk 2, Grand Theft Auto 3, Call Of Duty… muy raras veces cae en mis manos algún juego que cambia mi visión del mundo. Hace rato, estaba en el supermercado escuchando Most people are DJs, de The Hold Steady y vi claramente el mástil con los botones que había que presionar en Guitar Hero II.
Todo el mundo que le tenga un aprecio pasajero al rock debería jugar Guitar Hero alguna vez en su vida. Prestado, en una tienda, en casa de un pana, no importa cómo. Tampoco importa si uno no está interesado en los videojuegos. No es lo mismo caerse a plomo en Insane de Gears of War que agarrar una guitarra de juguete y físicamente interpretar un tema legendario del rock.
La premisa: Tienes un control con forma de guitarra con cinco botones y una ‘barra de tañido’. En la pantalla corre un mástil infinito en donde aparecen las notas que se han de tocar. La combinación de uno o más botones con un tañido reproduce la nota.
Al principio es verde – rojo – amarillo – rojo – rojo – rojo – verde – amarillo – azul – azul – verde – verde. Al poco tiempo, mágicamente empiezas a tocar de memoria, te concentras más allá de lo usual, practicas, te envicias, amanece.
Luego de un maratón de quince horas, he renovado mi respeto por todos los guitarristas del mundo. De hecho, ahora entiendo a los guitarristas, se por qué son… así.
Guitar Hero nos regala una nueva vida a aquellos desterrados de la instrumentación por serios problemas de ritmo o coordinación. La primera vez que uno termina una canción que parecía imposible al principio, es inevitable gritar, hacer cachos con la mano, un amago de romper la guitarra contra el piso. Creo que nada que uno haga con un televisor puede provocar esa sensación (ni siquiera un partido de tenis con un Wii). Es la nueva medida del entretenimiento interactivo.
Claro, en vez de echarme un fin de semana entero jugando con una guitarrita de plástico, podría invertirla en aprender un instrumento de verdad, ¿cierto? Bueno, esa es la maravilla del ocio (e incidentalmente, del rock): que no tiene reglas.