Mastodon

The H Street Sledding Record | Ron Carlson

41F1vD7Q60L

Hay algo fundamental en esta historia de Ron Carlson, que es de paso uno de mis cuentos de navidad preferidos. Quizás porque el narrador tiene la edad de mi padre y la pequeña niña tiene mi edad. Quizás porque está jodidamente bien escrito:

I have thrown horse manure on our roof for four years now, and I plan to do it every Christmas Eve until my arm gives out. It satisfies me as a homeowner to do so, for the wonderful amber stain that is developing between the swamp cooler and the chimney and is visible all spring-summer-fall as you drive down the hill by our house, and for the way the two rosebushes by the gutterspout have raged into new and profound growth during the milder months. And as a father, it satisfies me as a ritual that keeps my family together.

La primera vez que la escuché –vía This American Life– entendí rápidamente que los rituales son –a veces– esas cosas obstinadas que mantienen a las familias unidas.

 

notas Tagged

Tengo los comentarios apagados por esta razón. Si te gusta este post, compártelo con tus amigos.

Lo que extraño

0146

Cuando me preguntan si extraño algo de Venezuela, usualmente respondo que la familia es lo único que extraño. Aunque, honestamente, también extraño lo que fui, mi vida como ciudadano de Caracas. No porque fuera mejor, sino porque pertenece al pasado. El pasado es irrecuperable y, por lo tanto, una fuente de añoranza.

En el momento en el que te vas, haces una ruptura simbólica con el pasado. No solo dejas lo que falazmente consideras “tu” tierra, sino que abandonas tu historia ¿sabes?, rompes con parte de tu historia.

El sitio en el que nací y me desarrollé ya no existe. No porque sea Venezuela y todo se fue al demonio. Eso es lo que sucede normalmente: todo está continuamente yéndose al demonio. Por naturaleza el mundo cambia y uno cambia, y nada es más nunca lo mismo. La inocencia es un punto de partida, no un destino.

 

Una heladería en Bolonia

foto por Filipe Fortes

foto por Filipe Fortes

Una de las reseñas de TripAdvisor ponía “mi proveedor de helado me dijo que hasta que no probara el gelato en este lugar, moriría sin conocer uno de los grandes placeres de la tierra”, o algo así.

La tipa que nos atendió pilló nuestro acento de inmediato y se cambió al castellano. Resultó ser de Colombia. Era justo la semana en la que Maduro había cerrado la frontera e iniciado otra violación sistemática de Derechos Humanos. Mónica picó adelante y se excusó “por lo que estaba pasando». La heladera nos dijo que algo había visto en Facebook, pero no sabía cómo iba bien el cuento —saludable, pensé—. Dimos una vaga explicación, intercambiamos algunos otros lugares comunes sobre la demencia, la patria grande y las Repúblicas Hermanas.

Esta fue la primera vez que abrimos con una disculpa, y me pareció curioso. “Hola, soy venezolano, lo siento”. Cuando viajas eres embajador, único ejemplar de la fauna de tu país. Por ende, si eres medio gente, tienes que responder por los ignorantes y los salvajes, tienes que adelantarte en las excusas, fijar posición, adherirte a uno de los bandos desacreditados, sentir vergüenza a diez mil kilómetros. En fin, representar tu papel, cumplir al pie de la letra con el programa del totalitarismo.