Lo que extraño

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Cuando me preguntan si extraño algo de Venezuela, usualmente respondo que la familia es lo único que extraño. Aunque, honestamente, también extraño lo que fui, mi vida como ciudadano de Caracas. No porque fuera mejor, sino porque pertenece al pasado. El pasado es irrecuperable y, por lo tanto, una fuente de añoranza.

En el momento en el que te vas, haces una ruptura simbólica con el pasado. No solo dejas lo que falazmente consideras “tu” tierra, sino que abandonas tu historia ¿sabes?, rompes con parte de tu historia.

El sitio en el que nací y me desarrollé ya no existe. No porque sea Venezuela y todo se fue al demonio. Eso es lo que sucede normalmente: todo está continuamente yéndose al demonio. Por naturaleza el mundo cambia y uno cambia, y nada es más nunca lo mismo. La inocencia es un punto de partida, no un destino.

 

Una heladería en Bolonia

foto por Filipe Fortes

foto por Filipe Fortes

Una de las reseñas de TripAdvisor ponía “mi proveedor de helado me dijo que hasta que no probara el gelato en este lugar, moriría sin conocer uno de los grandes placeres de la tierra”, o algo así.

La tipa que nos atendió pilló nuestro acento de inmediato y se cambió al castellano. Resultó ser de Colombia. Era justo la semana en la que Maduro había cerrado la frontera e iniciado otra violación sistemática de Derechos Humanos. Mónica picó adelante y se excusó “por lo que estaba pasando». La heladera nos dijo que algo había visto en Facebook, pero no sabía cómo iba bien el cuento —saludable, pensé—. Dimos una vaga explicación, intercambiamos algunos otros lugares comunes sobre la demencia, la patria grande y las Repúblicas Hermanas.

Esta fue la primera vez que abrimos con una disculpa, y me pareció curioso. “Hola, soy venezolano, lo siento”. Cuando viajas eres embajador, único ejemplar de la fauna de tu país. Por ende, si eres medio gente, tienes que responder por los ignorantes y los salvajes, tienes que adelantarte en las excusas, fijar posición, adherirte a uno de los bandos desacreditados, sentir vergüenza a diez mil kilómetros. En fin, representar tu papel, cumplir al pie de la letra con el programa del totalitarismo.

 

Una pata se aventura

foto por gaelx

foto por gaelx

Un tipo entra al bar cargando una bolsa de supermercado, se ve un poco nervioso, pide una botella de sidra, suda un poco y comienza a hablar con el primero que presta atención. Luego de un par de culines, llama al cantinero y, en un gesto que puede ser una proposición o el final de una apuesta, saca un centollo gigantesco de la bolsa y lo coloca sobre la barra. Mientras conversan, el centollo, todavía vivo, mueve sus extremidades lentamente. Su dueño parece no llegar a un acuerdo con el cantinero, así que lo guarda y sigue bebiendo sin prisa.

Al rato, una pata se aventura fuera de la bolsa y acaricia lángidamente la superficie de la barra.

 

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