Mastodon

Un aroma de hogar

IMG_7744

Más allá de esas fantasías pasajeras que uno tiene en el tráfico, nunca imaginé que realmente terminaría viviendo en el campo. Soy un hijo de la ciudad y siempre he pensando que allí es donde pertenezco. Pero las fantasías tienen eso: a veces se cumplen por azar.

Cuando vivía en la ciudad, algunos olores del campo quebraban mi ideario bucólico; los del estiércol, la paja y el abono me parecían desagradables, más aún que aquellos tan citadinos como el de los túneles, la tierra podrida bajo los adoquines y el excremento humano.

Pero ahora cuando vamos a la ciudad, sus hedores me parecen más pugnaces.

Verás, durante 9 meses al año la planta baja de nuestro edificio huele a mierda de vaca. Dado que la granja que tenemos al lado no se iría a ninguna parte, fui pasando del asco a la indiferencia. La semana pasada, mientras caminaba por el pueblo, envuelto en un aroma particularmente recio, me sorprendí pensando que comienzo a asociar ese olor con una vida menos complicada, llena de amor en los lugares correctos, alejada de las angustias citadinas, una vida extramurana, pacífica, deseable, “normal”, ¿quizás con mascotas? —en algunas mañanas de invierno pienso que me vendría bien un Labrador negro con el que profanar aletargadamente la perfección de un campo nevado, vistiendo una cazadora marrón y curtida.

A medida que nos alejamos del mundo y sus noticieros, este lugar y yo nos acercamos, y es así como el estiércol y su olor se han transmutado en privilegio.

What Happens Next Will Amaze You | Maciej Cegłowski

whn.017

Maciej Cegłowski dio una charla sobre la privacidad y la publicidad en línea. El primer gran punto que hace: hemos renunciado voluntariamente a la privacidad a cambio de servicios gratuitos en internet. Estaríamos más seguros en un mundo orwelliano en el que las autoridades nos obligaran a ser vigilados, pero ya que hemos aceptado ser rastreados voluntariamente por la publicidad en internet, las cosas se han puesto feas:

Advertising-related surveillance has destroyed our privacy and made the web a much more dangerous place for everyone. The practice of serving unvetted third-party content chosen at the last minute, with no human oversight, creates ideal conditions for malware to spread. The need for robots that can emulate human web users drives a market for hacked home computers.

Los robots usados para hacer fraude con los clicks se han vuelto muy sofisticados y eso a su vez ha creado un juego de gato y ratón, en el que las empresas de publicidad se vuelven más invasivas y los robots más humanos.

Today we live in a Blade Runner world, with ad robots posing as people, and Deckard-like figures trying to expose them by digging ever deeper into our browsers, implementing Voight-Kampff machines in Javascript to decide who is human. We’re the ones caught in the middle.

Toda la charla es una maravilla de pánico apocalíptico y puedes leerla entera aquí: What Happens Next Will Amaze You

Vivir en el futuro

BTTF2

L’avenir est comme le reste: il n’est plus ce qu’il était.
—Paul Valéry

Gracias a la simetría que forma el corazón de las dos primeras Volver al Futuro, estamos tan lejos del año en el que comienza Volver al Futuro, como Volver al Futuro estaba de 1955.

Volver al Futuro nos regaló un curso intensivo en paradojas temporales y cultura de los 50s. Pero ahora, 30 años después, es también un reflejo de cómo era el mundo en 1985: el Walkman, los cronómetros LED, las patinetas y los automóviles, el chaleco de plumón y las calles de suburbia, aún con árboles jóvenes. En ese afán de retratar y explotar minuciosamente las diferencias entre 1985 y 1955, Volver al Futuro se convirtió también en un examen de la vida en occidente a mitad de los 80s y —directamente— en un testimonio cinematográfico de cómo se veía mi infancia.

Mágicamente, también tengo la edad que tenía mi papá cuando me llevó verla en una sala que ya no existe. Nunca la hemos discutido y, en el fondo, no creo que la recuerde, pero hay pocas películas tan instrumentales en formar lo que soy, en mi interés por la tecnología, la nostalgia, y la nostalgia por la tecnología.

Esa fue la primera vez que me fijé que las películas podían tener fechas. Recuerdo la fascinación que sentí en ese verano de 1985 con la idea de que la historia de esta película comenzaría unos meses en el futuro. Desde allí en adelante, he tenido la clara idea de que el progreso —el gran salto— está siempre a punto de ocurrir.

Treinta años no parecen tantos cuando revisitas los hitos que te formaron. Están tan cerca de lo que eres, que olvidas que pertenecen a un pasado lejano. Si no lo pienso mucho, estos años han sido un pequeño salto, excepto para quienes nacieron, vivieron y murieron en ese lapso.

1955 parecía —parece— la prehistoria, en cambio 1985 no se siente tan lejano. Sobre todo en esta época, en la que uno pone a sonar Blue Monday (¿o The Power of Love?) y todo el mundo asiente sabiamente.

Yo recuerdo 1985, pero también lo revivo de vez en cuando. 1985 está en todas partes: en la apología a Reagan, la Ostalgie de Putin, la NASA revitalizada por The Martian, en los videojuegos de 8 bits, en ese disco de CHVRCHES. Siempre con pequeñas variantes, porque los productos culturales imitan, pero no son los mismos de hace 30 años. Esa música que simula ser de los 80s es mucho más agresiva, más estilizada y deliberadamente tecno-optimista. Tiene los mismos upgrades que tuvieron el Rockabilly y el Swing en los 80s, cuando Brian Setzer se colocó a la cabeza del revival de los 50s, y cuando Michael J. Fox martilleó a lo Van Hallen durante Johnnie B. Goode.

Luego pienso que ahora llevo en mi bolsillo un espejo negro con el que hago magia y esa idea de que 2015 se parece a 1985 se desvanece. En 1985 no existía ni siquiera la tecnología para simular en el cine la calidad de una llamada por Skype, mucho menos en algo tan pequeño como un smartphone.

Si volviera a 1985, todo el mundo se daría cuenta de que llevo ropa extraña y hablo raro, con, como que, todos los manerismos de los 90s. Llevaría conmigo la estética y los asideros culturales de los 10s. Desencajaría, sería un modernillo raro, un tipo muy acelerado, muy impaciente, originario de un futuro imposible de concebir, y terriblemente contrariado por la falta de Internet.