Maciej Cegłowski dio una charla sobre la privacidad y la publicidad en línea. El primer gran punto que hace: hemos renunciado voluntariamente a la privacidad a cambio de servicios gratuitos en internet. Estaríamos más seguros en un mundo orwelliano en el que las autoridades nos obligaran a ser vigilados, pero ya que hemos aceptado ser rastreados voluntariamente por la publicidad en internet, las cosas se han puesto feas:
Advertising-related surveillance has destroyed our privacy and made the web a much more dangerous place for everyone. The practice of serving unvetted third-party content chosen at the last minute, with no human oversight, creates ideal conditions for malware to spread. The need for robots that can emulate human web users drives a market for hacked home computers.
Los robots usados para hacer fraude con los clicks se han vuelto muy sofisticados y eso a su vez ha creado un juego de gato y ratón, en el que las empresas de publicidad se vuelven más invasivas y los robots más humanos.
Today we live in a Blade Runner world, with ad robots posing as people, and Deckard-like figures trying to expose them by digging ever deeper into our browsers, implementing Voight-Kampff machines in Javascript to decide who is human. We’re the ones caught in the middle.
L’avenir est comme le reste: il n’est plus ce qu’il était.
—Paul Valéry
Gracias a la simetría que forma el corazón de las dos primeras Volver al Futuro, estamos tan lejos del año en el que comienza Volver al Futuro, como Volver al Futuro estaba de 1955.
Volver al Futuro nos regaló un curso intensivo en paradojas temporales y cultura de los 50s. Pero ahora, 30 años después, es también un reflejo de cómo era el mundo en 1985: el Walkman, los cronómetros LED, las patinetas y los automóviles, el chaleco de plumón y las calles de suburbia, aún con árboles jóvenes. En ese afán de retratar y explotar minuciosamente las diferencias entre 1985 y 1955, Volver al Futuro se convirtió también en un examen de la vida en occidente a mitad de los 80s y —directamente— en un testimonio cinematográfico de cómo se veía mi infancia.
Mágicamente, también tengo la edad que tenía mi papá cuando me llevó verla en una sala que ya no existe. Nunca la hemos discutido y, en el fondo, no creo que la recuerde, pero hay pocas películas tan instrumentales en formar lo que soy, en mi interés por la tecnología, la nostalgia, y la nostalgia por la tecnología.
Esa fue la primera vez que me fijé que las películas podían tener fechas. Recuerdo la fascinación que sentí en ese verano de 1985 con la idea de que la historia de esta película comenzaría unos meses en el futuro. Desde allí en adelante, he tenido la clara idea de que el progreso —el gran salto— está siempre a punto de ocurrir.
Treinta años no parecen tantos cuando revisitas los hitos que te formaron. Están tan cerca de lo que eres, que olvidas que pertenecen a un pasado lejano. Si no lo pienso mucho, estos años han sido un pequeño salto, excepto para quienes nacieron, vivieron y murieron en ese lapso.
1955 parecía —parece— la prehistoria, en cambio 1985 no se siente tan lejano. Sobre todo en esta época, en la que uno pone a sonar Blue Monday (¿o The Power of Love?) y todo el mundo asiente sabiamente.
Luego pienso que ahora llevo en mi bolsillo un espejo negro con el que hago magia y esa idea de que 2015 se parece a 1985 se desvanece. En 1985 no existía ni siquiera la tecnología para simular en el cine la calidad de una llamada por Skype, mucho menos en algo tan pequeño como un smartphone.
Si volviera a 1985, todo el mundo se daría cuenta de que llevo ropa extraña y hablo raro, con, como que, todos los manerismos de los 90s. Llevaría conmigo la estética y los asideros culturales de los 10s. Desencajaría, sería un modernillo raro, un tipo muy acelerado, muy impaciente, originario de un futuro imposible de concebir, y terriblemente contrariado por la falta de Internet.
Hace poco, Tim Urban, de Wait But Why, hizo una serie de posts sobre Elon Musk y sus dos empresas más conocidas. El artículo sobre Tesla es singularmente bueno, porque explica pornográficamente hasta el último detalle y también nos ofrece pistas sobre cómo escribe sus posts:
The way I approach a post like that is I’ll start with the surface of the topic and ask myself what I don’t fully get—I look for those foggy spots in the story where when someone mentions it or it comes up in an article I’m reading, my mind kind of glazes over with a combination of “ugh it’s that icky term again nah go away” and “ew the adults are saying that adult thing again and I’m seven so I don’t actually understand what they’re talking about.” Then I’ll get reading about those foggy spots—but as I clear away fog from the surface, I often find more fog underneath. So then I research that new fog, and again, often come across other fog even further down. My perfectionism kicks in and I end up refusing to stop going down the rabbit hole until I hit the floor.
(…)
Hitting the floor is a great feeling and makes me realize that the adults weren’t actually saying anything that complicated or icky after all. And when I come across that topic again, it’s fun now, because I get it and I can nod with a serious face on and be like, “Yes, interest rates are problematic” like a real person.
Si eres un nerd, te parecerá normal. O quizás no, porque sabes —y te duele— que casi todo lo que lees se queda en los detalles superficiales. Así que posts como estos son un regalo.
Curiosamente, unos cuantos párrafos más adelante, cuando habla del entorno político norteamericano, parece traicionar a su propio método:
I think both parties have good points, both also have a bunch of dumb people saying dumb things, and I want nothing to do with it. So I approached this post—like I try to with every post—from a standpoint of rationality.
Cosa que no es cierta, porque la derecha norteamericana está secuestrada por partisanos anti-científicos. Hacer concesiones de este tipo es uno de los errores más comunes que comete la gente inteligente y, a la vez, el caballo de Troya que usan los líderes de las hordas salvajes que destruyen a la sociedad.
…
Um… volviendo al post, si te gusta The Oatmeal, Mythbusters, o The Martian, este es tu post. Es un fucking libro. Para hablar de vehículos eléctricos comienza por el único lugar por donde se debe comenzar: la fotosíntesis. Vale decir que deja pocas cosas a oscuras y pocas piedras por voltear.
(aunque omite la explicación de cómo funciona una batería. Pero por otro lado, si eres el público de este post, sabes como funciona una batería)
Luego de invertir una tarde leyendo este monstruo, volví a obsesionarme con los vehículos eléctricos (¡me creía curado!). Tengo la idea fija de que en caso de que siga manejando a finales de esta década, será un eléctrico —nótese el «siga manejando», porque es posible que en 2020 una máquina maneje por mi.
La última vez que miré la oferta fue a comienzos de 2014 y parece que el panorama no ha cambiado mucho. Si perteneces al 99%, los modelos de Tesla, BMW, Mercedes y Volkswagen están fuera de tu alcance. Renault, Nissan y Citroen siguen cobrando alquiler por sus baterías según el número de kilómetros que manejas, algo que me parece súper loco. Además de salvar al planeta, liberar a los súbditos de los emperadorcillos del petróleo y bla bla; la idea fundamental de un vehículo eléctrico es que pagas más, porque su uso mensual será más económico que sus contrapartes convencionales. Considerando mi uso, el alquiler mensual de una batería del Renault Zoe costaría más de lo que gasto en gasolina al mes. Absurdo.
Gracias al canal de YouTube Fully Charged me enteré de que puedes comprar un Kia Soul sin alquilar su batería. 200Km de autonomía, €35K y bastante espacio. El gobierno francés te descuenta hasta €10.000 si compras uno. Viva el socialismo.
Pero mi gran expectativa es el vehículo masificado de Tesla. Si logran lo que se proponen —duplicar la cantidad de baterías que se fabrican en el mundo (lee eso otra vez) y construir un carro eléctrico de €30K—, las cosas se pondrán interesantes.
Elon Musk me sigue pareciendo el supervillano perfecto. Es una fortuna ser testigo de ese portento que es un multimillonario echando baldes de dinero para destruir a las petroleras y quebrar a la industria automotriz. El futuro es mejor y mucho más interesante si un nerd con sed de venganza será quien decida cómo nos transportaremos.
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