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Los bloqueadores de publicidad y el fin de la prensa

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La característica más interesante/polémica de iOS9 son los bloqueadores de contenido: la posibilidad de instalar programas que bloquean anuncios y rastreadores cuando estás navegando en Internet.

La justificación para esta funcionalidad es la cantidad de JavaScript e imágenes de anuncios que las páginas te envían cuando las visitas. Hay páginas que te obligan a bajar hasta 12 Megas de basura para leer un artículo que pesa 72K (aquí puedes ver un análisis al respecto). Esto se vuelve relevante con smartphones, porque es muy loco pagar por una conexión móvil solamente para ver anuncios.

costos

¿Sabías que una web “gratis” puede estar costándote hasta €0.20 por página? El asunto de la publicidad y el rastreo en la web está fuera de control.

Cuando salió iOS9, compré Peace, de Marco Arment, y funcionó de maravilla. Es increíble lo rápida que es la web sin publicidad. Esa semana, la prensa especializada perdió la cabeza —como sólo se puede perder la cabeza en la cacofonía de la Internet— y presionaron tanto que Arment se sintió culpable, retiró Peace de la App Store y le devolvió el dinero a todo el mundo.

Una ridiculez. Arment es uno de los creadores de Tumblr, tiene cero necesidad de complacer a la prensa, así que imagínate la presión que le metieron.

Di media vuelta e instalé 1Blocker, que también funciona de maravilla y según algunas reseñas, es el que habilita una navegación más rápida.

Dejemos algo claro: panfletonegro y este sitio se benefician de esa publicidad que es bloqueada. Así que si instalas un bloqueador, estás desmotivándome a seguir manteniendo estas páginas —sólo un poco, porque ninguna de las dos se pagan con los anuncios. Pero, por otro lado, entiendo porqué lo haces. Yo lo hago:

En mi computadora de escritorio, uso AdBlock desde 2013 y este año añadí Ghostery, porque comencé a sentirme incómodo cada vez que veía anuncios en afinidades.org sobre objetos que había buscado en Amazon días atrás. Es súper invasivo, completamente innecesario y, a la vez, normal. Y la tendencia es a ponerse peor con programas como Customer Match, que permitirá a las empresas subir sus listas de correo a Google para hacer un targeting directo de anuncios. Por eso opté por la opción nuclear: bloquear todo tipo de publicidad y rastreo.

Por el privilegio de tener salud mental, todos los años dono $10 a Michael Gundlach, el creador de AdBlock. Esto es totalmente voluntario (el plugin es gratis), pero son 3 o 4 cafés nada más. El tiempo que he recuperado y una relativa sensación de privacidad, valen mucho más que la $10.

El problema con el modelo actual de publicidad en Internet es que es un negocio de rendimientos decrecientes. Cada centavo adicional es más difícil de producir que el anterior y, con un número constante de visitas, tu web hace cada vez menos dinero. El gráfico de 2015 para este sitio es una muestra:

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La solución para detener esta tendencia es, por supuesto, colocar más anuncios o incrementar la producción de contenido —escribir más— para que haya más puntos de entrada en tu web. Lo que termina sucediendo es que la publicidad en Internet, en su iteración actual, debe recurrir a los métodos de la prensa amarillista: incentivar la explotación de los titulares (linkbaiting), y el uso malicioso de los anuncios.

¿Por qué la prensa no se había preocupado antes? Porque esta es la primera vez que la posibilidad de bloquear anuncios viene incluida a nivel del sistema operativo y, para colmo, en una de las dos plataformas de mayor adopción. La mayoría de la gente lee noticias en sus móviles y si permites que puedan bloquear los anuncios ¿de qué vivirá la prensa?

Así que el día del juicio ha llegado y muchas publicaciones en Internet pusieron el grito en el cielo. Sin embargo, como dice Seth Godin:

(…) advertisers have had fifteen years to show self restraint. They’ve had the chance to not secretly track people, set cookies for their own benefit, insert popunders and popovers and poparounds, and mostly, deliver us ads we actually want to see.

Y Godin no es el único:

Dave Pell me corta la nota anarcosocialista con un excelente punto: que se jodan los conglomerados de noticias, pero recuerda que, al final, cuando un periódico cierra porque no es rentable, tú como ciudadano también sales jodido:

But if you can’t feel sorry for news orgs, then at least feel sorry for yourself. Because news really is different. The demise of reporting outfits is not only about the loss of jobs and the diminishing of fortunes, it’s a severe blow to society. It represents the potential silencing of the only voice many people have.

Sigo pensando que, como editor, si no logro encontrar una manera ingeniosa de mantener estos sitios, es mi culpa, no la tuya. Si tú encuentras una forma de bloquear los anuncios, es mi tarea evolucionar y buscar otro tipo de sustento (libros, donaciones, links afiliados). Lo que es seguro es que, definitivamente, nadie debería estar robándote los datos para que tú puedas leer algo que te interesa.

 

Fanboy

motherboard

El sábado pasado rompí mi máquina. Sí, soy ese tipo de gente que cada tres años rompe una computadora. Rompí Compaqs, Dells, IBMs y varias Mac. Rompí discos duros, tarjetas madres, memorias, puertos paralelos, USB, ratones, teclados heavy duty y cuatro fuentes de poder. Cuando digo “rompí” me refiero, por supuesto, a que le saqué tanto la mierda a la máquina que algo se rompió.

(74 pestañas abiertas en Chrome, 41 en Firefox, dos servidores de bases de datos, un Tomcat y dos máquinas virtuales corriendo simultáneamente. Ya no las hacen como antes)

Algunos componentes de la tarjeta de video NVIDIA de la Macbook Pro (Mid-2012) se des-soldaron por el calor y pasé todo el fin de semana tratando de hacerla arrancar con la tarjeta integrada sin que hiciera un kernel panic (GPU Panic, hola si llegaste vía Google). Si enfrías la máquina colocándola sobre hielo, instalas una aplicación como gfxCardStatus y reinicias 276 veces, tú también puedes divertirte tanto como yo.

Entre reiniciadas y enfriadas, pasé horas leyendo fora y desenterrando esta página en la que explican que sí, que lo que me pasó es un problema reconocido por Apple

Me dieron una cita en la Apple Store para cuatro días después, tiempo suficiente para ocuparme de segundos y terceros backups, lidiar con un disco duro externo que se dañó mientras hacía respaldo —¿viste?— y mortificarme pensando que, durante algunos días, tendría que usar la PC de la oficina para programar, como un animal.

(También pasé varias horas de shopping y sacando cuentas “¿Es hora de comprar una nueva?”, “Esta máquina se ha pagado, ¿no?”, “Pero Macrumors dice que quizás sale una nueva el año que viene. Mal momento para comprar”, “¿Puedo correr dos máquinas virtuales y una base de datos Oracle en una Air?” )

La Apple Store parece un mercado persa. Llegué 10 minutos antes de la hora y tengo 20 clientes por delante, todos con cita. Mientras estoy en el fondo de la tienda, temiendo por el precio de la reparación y sintiéndome miserable, pienso que a medida que Apple se convierte en la única compañía que fabrica aparatos electrónicos, todas las Apple Store del mundo se ponen más y más asquerosas, atestadas de sobones con dedos grasientos. ¿Qué hace toda esa gente allí?, ¿de dónde sale? y, sobre todo ¿por qué no están trabajando? ¿Son empleados de Apple disfrazados de civiles?. Las tiendas pequeñas, como la de la Rue de Rive, son aún más alienantes. Dos de la tarde de un miércoles y hay como 100 personas, la única tienda en la Rive Gauche con más de 5 clientes, el único lugar en toda esta ciudad, no, en todo este país, en el que el sonido rebasa los 80dB.

El tipo que me atendió no hablaba inglés ¿has intentado explicar un problema técnico en un idioma que dominas al 10%? Bueno… nada más elocuente que una laptop que suelta un kernel panic apenas la tocas. Écoutez, écoutez les cris de zéros!

El tipo hace las pruebas, reinicia, piensa, teclea en su iPad.
—La reparación serían €500 y cinco días —dice con ensayada compasión.
Pienso en los cinco días usando Windows, explico que es mi única máquina de trabajo, mi moneymaker. Lloro un poco.
—¿No hay algo que podamos hacer para que esté lista antes? —¿Cómo se dice de pana en Francés?
—Bueno, déjame preguntar. Quizás pueden ser 3 días.
—Ahem… también… tengo entendido que es un problema reconocido —y saco este as bajo la manga.
El tipo mira el papel —oh… si. Déja que le pregunto a mi supervisor.
Al rato vuelve —Es tu única fuente de trabajo ¿eh?
—Si— #sadface
—Tenemos la pieza, voy a pasarle la máquina a mi colega en la trastienda.

El costo de la reparación es cero y tarda 36 minutos. Cero, en una máquina de 3 años. Mientras espero, veo como el Genius Bar procesa alrededor de 50 personas y siento un poco de admiración por esos empleados, salvándole la vida a un flujo interminable de adultos tecnológicamente discapacitados. De pronto, por virtud de la gratuidad, la tienda no me parece tan asquerosa. Soy como un beneficiado de Mi Casa Bien Equipada, ¡clamemos a la fruta mordida para que todos sean salvos! En una hora estoy de vuelta trabajando y pienso que sí, que soy un fanboy, pero en mi defensa, estos episodios que ocurren cada vez que rompo algo, me han convertido en uno.

 

Bark | Lorrie Moore

960

de Referential

the cutting scars on her son’s arms sometimes seemed to spell out Pete’s name in the thin lines there, the loss of fathers etched primitively in an algebra of skin

 

de Thank You For Having Me

If you were alone when you were born, alone when you were dying, really absolutely alone when you were dead, why “learn to be alone” in between? If you had forgotten, it would quickly come back to you. Aloneness was like riding a bike. At gunpoint. With the gun in your own hand. Aloneness was the air in your tires, the wind in your hair. You didn’t have to go looking for it with open arms. With open arms, you fell off the bike: I was drinking my wine too quickly.

 

y de Wings

When a wall was knocked down, and its quiet secrets sent scattering, the lines between things seemed up for grabs.

(de paso, esta historia me enseñó lo que era un rat king y tumbó una pared en mi mente)

Bark, de Lorrie Moore

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