My ideal burger is bun, cheese, burger. Sometimes bacon. Ketchup on the side, so I can control it. Pickles—yes! Obviously. And the cheese thing has to be very clear: American cheese only. American cheese was invented for the hamburger. People talk about it being processed and artificial and not real cheese—you know what makes it real? When you put it on a hamburger.
Todo bien hasta que le echa paja a las hamburguesas australianas. Hay pocas cosas tan maravillosas como el contraste dulce/salado/frío/caliente que logras cuando le metes una rueda de remolacha a una hamburguesa y la sangre se vuelve púrpura.
La primera vez que leí Antiguas Postales todavía nevaba. Me daba un poco de envidia, porque me parecía que Pedro capturaba algunas cosas sobre la nieve que yo todavía no había podido transformar en palabras. Así que la primera vez que escribí esta reseña, pensaba que lo importante eran las imágenes —después de todo, es un poemario ¿no?
Espera, sí, es un poemario. Pedro es un cuentista que no desperdicia una oportunidad para despotricar de sus poemas adolescentes y, por extensión, de la idea misma de que existan tipos que escriben poemitas. Así que este poemario, que toma la ruta larga de pasar primero por la prosa, viene siendo una suerte de hack —o crack, dependiendo de tu tendencia—, y en él se habla mucho de la nieve, el caribe y la infancia. Por esas razones me recordó a Montejo —alguien a tener presente siempre que se lee a Pedro— y creí por un momento que era una cosa de los valles centrales de Venezuela —“Esta contradicción ecuatorial/de buscar una nieve/que preserve en el fondo su calor” y tal, ¿no?—, pero quizás sean sólo influencias y ya.
Ya no nieva y he recordado mucho al Caribe. El Caribe, mi Caribe, ya no existe y el libro de Pedro también es algo de eso: un poemario de alguien que piensa en ese territorio perdido que es el pasado. La segunda vez que lo leí, volví a encontrar nieve pero, más que todo, encontré la honestidad de asumir las consecuencias de decir lo que se piensa, encontré las cosas que nunca diré —en poemas u otro medio—, esas frases que uno esquiva cuando migra para poder sobrevivir, los guiñapos que escondes al fondo del mueble bajo el fregadero, jirones que quizás Pedro puede escribir porque no ha (técnicamente) migrado…
(…)
Mujeres todavía jóvenes que miran pasar la noche del viernes
junto a dos niños silenciosos y tristes,
atrapadas en la habitación de una ciudad que no conocen,
iluminados por el reflejo de un programa de concursos
y un pote de helado de dos litros.
(…)
…o porque es un valiente. Quizás más lo segundo que lo primero, porque da la impresión de que Pedro está muy consciente de lo que hace, deliberadamente hackeando la poesía y haciendo sparring con la mentira:
No hablas de ti, no se trata de ti. No se trata de esas tardes falaces que ya no existen y en las que estuviste atrapado sin saberlo. No se trata de tu historia privada. De una historia que, después de todo, no le interesa a nadie, a veces ni siquiera a ti mismo(…)
Esos instantes de prosa que interrumpen el “flujo poético”, son mis favoritos; a medio camino entre un ars y un reality check, son un excelente ejemplo de los beneficios de la contención, una alternativa para quienes lanzamos nuestros pusilánimes, inofensivos salvos en la adolescencia. Un recordatorio de que la poesía debe guardarse para cuando, en tu mediana edad, necesites hablar de lugares imposibles:
Esa ciudad perdida está mucho más lejos. Está tatuada en algo que es blando y suave. Siento ganas de ir hasta allá. Conozco las calles de esa ciudad extraña, puedo caminar entre ellas aún en el pasado. Puedo recorrerla con los ojos cerrados. De alguna manera, nunca he dejado de pensar en ella.
Si te tiemblan las piernas porque vas a migrar, este es uno de los libros que debes llevarte a la isla de tu destierro. Pedro te enseñará a no morir de olvido.
Puedes conseguir Antiguas Postales del Fin del Mundo “en las principales librerías del país”, lo que sea que eso signifique. El libro es publicado por Editorial Equinoccio.
Paul Ford se lanzó una bestialidad de artículo en el que intenta explicar qué es programar y cómo funcionamos los programadores:
As a class, programmers are easily bored, love novelty, and are obsessed with various forms of productivity enhancement. God help you if you’re ever caught in the middle of a conversation about nutrition; standing desks; the best keyboards; the optimal screen position and distance; whether to use a plain text editor or a large, complex development environment; chair placement; the best music to code to; the best headphones; whether headphone amplifiers actually enhance listening; whether open-plan offices are better than individual or shared offices; the best bug-tracking software; the best programming methodology; the right way to indent code and the proper placement of semicolons; or, of course, which language is better. And whatever you do, never, ever ask a developer about productivity software.
Esto es totalmente cierto (no me preguntes acerca de listas de to-do a menos que quieras perder media hora). El artículo desnuda la realidad a través de la comedia y es bastante riguroso, un trabajo de ingeniería de texto que es un ejemplo de lo que trata de ilustrar.
Mientras lo leía, tuve una cálida y desagradable sensación de familiaridad. Detesto como pensamos los ingenieros. Lo único peor que el pensamiento de ingeniero es el falso pensamiento de ingeniero, el articulado por posers que quieren ser computer nerds a toda costa. Todos los ingenieros reconocemos a los posers de inmediato, podemos olerlos. Pero no decimos nada porque tenemos un inmenso complejo de impostor. El Síndrome del Impostor es un requerimiento indispensable para programar. Pensamos que desvelar al otro puede dejarnos en evidencia. Además, karma.
Esta reflexión al final me encantó porque desarrolla algo que nunca he podido expresar y el software fue exactamente el mismo:
Aside from serious fevers and the occasional trip to the woods, I’ve used a computer every day for 28 years. I learn about the world through software. I learned about publishing by using the desktop publishing system QuarkXPress, and I learned about color and art by using a program called Deluxe Paint. Software taught me math and basic statistics. It taught me how to calculate great circle distance, estimating the distance between two points on a globe. I learned about the Internet by creating Web pages, and I learned about music through MIDI. And most of all, software taught me about software.
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