Who knows who murdered by Memorandum, who did the typing and filing from 9 to 5, with an hour for lunch.
Memorandum es un documental que sigue a Bernad Laffer, sobreviviente de Bergen Belsen, durante un día y medio en Alemania, en un viaje de reencuentro y peregrinación en 1965.
Lo que me parece fascinante es que la Alemania que conozco ya lo era apenas 20 años después de la guerra. La rapidez con la tierra absorbe la sangre y la maleza cubre los horrores.
Muchos venezolanos recién emigrados a Barcelona tiene la pésima costumbre de hablar horrores de los catalanes, estoy hablando de gente que no lleva ni un mes aquí. Lo he visto con una frecuencia alarmante. Ahora bien, amigos emigrados en otros países, como Panamá o Colombia, dicen que ven casos similares. ¿Por qué creen que existe tan pésima costumbre de parte de tantos inmigrantes procedentes de nuestro país?
Cada venezolano que migra debería tener alguien asignado que señale cuándo está siendo un comemierda.
Yo agradezco a todas las personas que me dijeron «qué mamagüebo eres» en el momento preciso. Porque puedo ser insoportable, pero no puedo imaginarme la clase de imbécil que sería si estos ángeles guardianes del comemierdismo no me hubiesen ayudado a controlarme en mi proceso de migración.
Durante un taller, hacia finales de 2000, Angel Gustavo Infante nos puso la tarea de ir a una exposición de Luis Brito (aka Gusano) y escribir un cuento. La experiencia se volvió un acto de salvación cuando el Gusano fue tan gentil como para ir al taller y escuchar lo que escribimos. Una cosa llevó a la otra y Pedro y yo quedamos encargados, en nombre del taller, de armar un librito de cuentos con fotos de Luis Brito, un Luibrito.
Los dos meses y medio siguientes estuvieron llenos de episodios como éste que describe Pedro:
(…) siento que estoy con Daniel Pratt y el Gusano, en una mañana del 2000 o 2001, quizá, cuando salimos a recorrer Caracas desde su estudio del Centro, en un proyecto que estábamos montando con él (y que jamás se dio). Ese día, Luis parecía tomar una foto con la mirada cada 30 segundos. «Chamo, mira eso!», decía, «Allá, allá, mira!». Daniel iba al volante. Ambos intentábamos seguir su ojo, pero era imposible: era preciso, rápido, pasaba inmediatamente a otra cosa tanto o más interesante. «Ah, coño, ustedes no ven nada!», decía, con una sonrisa divertida, y tenía razón: él veía lo que nosotros no veíamos.
Yo también cuento esa historia, quizás porque forma parte de ese bildungsroman que comparto con Pedro, quizás también porque a esa impresionable edad de veintitantos, un fotógrafo genial traduciéndonos el bombardeo sensorial del centro de Caracas, es categóricamente un recuerdo imborrable.
Conmigo, con esa proto-versión de mi, Luis no hablaba ni razonaba, sólo gritaba, conminándome a ver y escuchar al mundo, tratando de inocularme el virus de la mirada. Luis me enseñó un montón de cosas sobre el arte, la fotografía, la poesía y la vida durante esos días en los que montamos el Luibrito.
A lo largo de los años me lo encontré en alguno que otro evento, casi todos los días veía su trabajo en Facebook, o leía el titular de los artículos que compartía con el escueto comentario de «Algo…». Siempre traté de demostrarle mi gratitud por haber compartido su mirada, pero nunca fui tan claro y directo como él.
Gracias, maestro.
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