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Un lugar para desaparecer

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Cada vez que visito una caleta, una playa desierta, un lugar escondido, pienso –como muchos– en la posibilidad de quedarme a vivir ahí, anónimamente, lejos de ese mundo de tercera categoría que me persigue y define. Los lugares más tentadores son como Rottnest Island, frente a la costa de Perth en Australia Occidental, un paraíso cercano a las comodidades y suministros de la ciudad.

Los plutócratas rusos prefieren esconderse en sus palacios kitsch, construidos a medida en la Costa del Sol. Pero el mundo está lleno de lugares más civilizados que no aparecen en televisión. Si fuésemos fugitivos, nos escaparíamos a una pequeña ciudad de Europa Central. Un lugar lejos de los folletos turísticos, opulento y simple a la vez. Un lugar que nadie sabe que existe y sin embargo tiene cines, supermercados, trenes, bares; en fin, las comodidades a las que uno no debería renunciar durante la huída.

Hay una razón de porqué Suiza es Suiza: Mitteleuropa es el lugar para desaparecer. Sus habitantes han hecho de la discreción su principal industria.

Elegiría una calle arbolada, una… grünen? gesäumte straße? en Biel, Linz, Heidelberg, Landsberg am Lech o cualquier otra pequeña ciudad bautizada por su río. Allí, lejos del largo brazo de la memoria, diluiría mis culpas entre contadores, filatelistas, bromatólgos, poetas y criminales anónimos.

Mi único problema sería controlar esta añoranza de mar.

Un mendigo colapsa

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Un mendigo africano lleva desechos de McDonald’s acunados en sus brazos. Pasa frente a una de las bocas del metro, trastabilla, vuela, cae. Queda retorciéndose, boqueando en el suelo como un pez borracho, asfixiándose de oxígeno en un arco de hamburguesas y papas fritas.

Varias personas disminuyen el paso y hacen el amago de ayudarlo, pero el mendigo los asusta. Babea, grita oraciones ininteligibles. Habla en lenguas y su palabra se escucha por encima del tráfico, reverbera en los edificios.

Alguien le regala un cigarrillo a punto de terminar. La seguridad de transportes sale del metro a cuidar las escaleras. De pronto, entre la masa, aparece un grupo de dos chicas y un chico –modelos de revista– caminan resueltos, cargados de compras. Se detienen frente al mendigo y con diligencia, como si hubiesen entrenado para este momento, comienzan a vaciar una bolsa de Salvatore Ferragamo. Trasvasan cientos de euros en mercancía frente a todos, lenta, mecánicamente.

En esa bolsa satinada recogen los restos de McDonald’s. Luego colocan la bolsa junto al mendigo, quien sigue babeando, balbuceando, fumando, y ahora carcajea y sonríe, vencido en el suelo. Feliz.

Antes de partir

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Invítalos a comer, prepárales una cena y diles que los vas a extrañar, pero que todo va a estar bien. Van a poder ir a verte. Tú vas a partirte el culo para que así sea. Diles también que será duro, pero crees que es lo mejor para ti, que necesitarás mucha afirmación, mucho apoyo emocional.

Diles también que estás feliz de que sean tus padres, que los quieres mucho, que no serías quien eres sin ellos. Diles que muchas gracias. Diles todo lo que te gustaría decirles antes de que mueran. Para dejar todo claro, por si acaso.