Porqué no puedes tener una discusión seria en internet

Porque nadie lee.

En 2011 Ars Technica hizo un experimento de lectura: Publicaron un artículo titulado «Las armas en casa son más probables de ser usadas estúpidamente que en defensa propia» y cerca del final, incluyeron un párrafo que rezaba «Si has leído hasta aquí, incluye la palabra Bananas en tu comentario. Estamos bastante seguros de que el 90% de los que responden a este artículo ni siquiera lo leerán primero».

En la imagen puedes ver cuándo fue que ocurrió ese primer comentario con la palabra Bananas.

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El artículo tuvo 92 comentarios de gente que no lo leyó.

Esto es algo que vemos constantemente en panfletonegro y afortunadamente –o no– la comunidad ha perdido el interés de responderle a la gente que cree que se la está comiendo cuando hacen puntos que ya fueron hechos en el post.

A pesar de que los blogs son el auténtico único medio de la internet, una y otra vez se ha demostrado que la gente no se toma la molestia de leer los posts. Los comentarios son un incentivo para no leer, porque la tentación para comportarte como un idiota es demasiado grande. Es curioso que estamos destruyendo la lectura en papel para reemplazarla por nada.

 

Brindis de Navidad

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–¿Y por qué cosa vamos a brindar? –me pregunta Leocenis, el pana cubano. Estamos en la fiesta de fin de año de la oficina y anticipa que entenderé la pregunta. Coloco el pan de jamón sobre el plato y me sirvo un trago.

–¡Viva Cuba libre! –grito por encima de la gente. No lo imaginé como un grito. Pero bueno, salió como un grito. Es la tercera vez que hacemos este brindis, así que bien vale gritarlo.

–¡Viva Venezuela libre! –grita Leocenis.

Bebemos. Quiero preguntarle… pero Leocenis se me anticipa: «¿Sabes cuántas veces he dicho eso?”, pregunta retóricamente, con esa sonrisa de medio lado que nos une.

Pienso que esta es una escena que todo latinoamericano entiende. Uno de esos momentos en los que el concepto del exilio se me viene encima, como si uno de estos dictadores le diera un giro al puñal clavado en mi espalda.

Un lugar para desaparecer

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Cada vez que visito una caleta, una playa desierta, un lugar escondido, pienso –como muchos– en la posibilidad de quedarme a vivir ahí, anónimamente, lejos de ese mundo de tercera categoría que me persigue y define. Los lugares más tentadores son como Rottnest Island, frente a la costa de Perth en Australia Occidental, un paraíso cercano a las comodidades y suministros de la ciudad.

Los plutócratas rusos prefieren esconderse en sus palacios kitsch, construidos a medida en la Costa del Sol. Pero el mundo está lleno de lugares más civilizados que no aparecen en televisión. Si fuésemos fugitivos, nos escaparíamos a una pequeña ciudad de Europa Central. Un lugar lejos de los folletos turísticos, opulento y simple a la vez. Un lugar que nadie sabe que existe y sin embargo tiene cines, supermercados, trenes, bares; en fin, las comodidades a las que uno no debería renunciar durante la huída.

Hay una razón de porqué Suiza es Suiza: Mitteleuropa es el lugar para desaparecer. Sus habitantes han hecho de la discreción su principal industria.

Elegiría una calle arbolada, una… grünen? gesäumte straße? en Biel, Linz, Heidelberg, Landsberg am Lech o cualquier otra pequeña ciudad bautizada por su río. Allí, lejos del largo brazo de la memoria, diluiría mis culpas entre contadores, filatelistas, bromatólgos, poetas y criminales anónimos.

Mi único problema sería controlar esta añoranza de mar.