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Ev

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Son las 9 de la noche y el dueño de nuestro piso nos cita frente a la escuela Galatasaray. Lo seguimos por callejones empinados bajo un aguacero. Nos internamos en un barrio que me recuerda a Caracas: las calles alguna vez estuvieron asfaltadas pero ahora son un río de barro en la noche. No hay luces. Mónica y yo nos miramos cuando nos explican las medidas de seguridad.

Días después estamos rodeados de pescadores sobre el puente Galata. El sol penetra múltiples capas de smog y podemos verlo directamente. Bósforo. Siempre que digo esa palabra recuerdo a mi tía Aurora. Quizás nunca dijo “Bósforo”, pero me gusta pensar que sí, que contrabandeó alguna descripción del Cuerno de Oro en una de sus numerosas, encubiertas y subversivas clases de geografía.

Suena el llamado para la Asr, la oración de la tarde. Los tipos sirviendo los peces-pan parecen unas máquinas ¿es Jurel o Chicharro? Es un pez que sale de estas aguas, un pez de mercurio y cadmio, por eso sabe como sabe. Te mata mientras mueres por él.

Discutimos si es verdad eso de que 30 minutos de narguile equivalen a dos cajetillas de cigarro. Ya tendremos tiempo para desintoxicarnos, o no. De pronto llevamos dos horas fumando. Nos rodean cuarenta hombres ajados y tres mujeres, contando a mi esposa. Estamos en desventaja pero nada malo puede pasarte aquí, ¿cierto? ¿Cierto? Uno de los camareros intenta levantarse a Mónica y sutilmente expone sus razones: mi falta de virilidad es evidente porque no sé fumar. Cosa que es totalmente cierta, el narguile se apaga a cada rato.

Un río de hinchas forman una pared a lo largo de İstiklal. Entramos en una meyhane subterránea que quedaría en España si todo el mundo no gritara en turco. No cabe un alma, ni un plato más. Rogamos por un par de sillas y nos sientan en una mesa que media hora después tendremos que compartir con quienes la reservaron. Los dueños de la mesa nos oyen hablar. Nos preguntan de dónde somos. Nos dan el pésame. Hablan maravillas de Él. Lo único venezolano era Chávez y ya se murió.

Dos rejas, dos puertas, cuatro llaves. Estamos en casa. Estamos definitivamente en casa y, por lo tanto, nuestro piso en Beyoğlu es un refugio contra el horror donde a veces funciona el wifi.

La última Polaroid

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Leyendo este artículo sobre la historia de la SX-70 (de donde saqué este comercial narrado por Lawrence Olivier), me enteré de todo el movimiento que nació cuando Polaroid anunció que dejaría de fabricar película para sus instantáneas. Todos hablamos de la desaparición del papel, los cassettes, o el rollo fotográfico; pero la película Polaroid fue el primer soporte físico que desapareció por completo en la era digital.

El día que se revele la última Polaroid morirá el precursor de una parte esencial de la condición del hombre moderno: la instantaneidad. Incluso, quizás la última Polaroid no será revelada, sino que expirará todavía sellada dentro de un paquete. This is the way the world ends.

Dato fascinante de este artículo: hoy en día, con impresoras fotorealísticas y en 3D, todavía no es trivial producir una película como la Polaroid –sin que te metan preso, claro. Los químicos no son tan estables o la foto no alcanza el contraste correcto. La cámara instantánea fue la cúspide de nuestro dominio sobre el proceso de revelado. Un prodigio que sólo podía ser opacado por algo tan grande como la revolución digital.

Impossible film, probablemente una compañía que opera un gordo en pijamas desde su casa, ha tomado la iniciativa de producir cartuchos para las instantáneas. Será la única vez que los hipsters rescataron algo valioso.

Polaroid’s SX-70: The Art and Science of the Nearly Impossible

 

crack, hacking

Tengo los comentarios apagados por esta razón. Si te gusta este post, compártelo con tus amigos.

Literatura de guerra

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Este año he estado expuesto a un montón de literatura y documentales sobre la primera guerra mundial, citas de Adiós a las armas y otras grandes obras escritas durante la última guerra de los poetas:

Me callé. Siempre me han confundido las palabras: sagrado, glorioso, sacrificio, y la expresión “en vano”. Las habíamos oído de pie, a veces, bajo la lluvia, casi más allá del alcance del oído, cuando sólo nos llegaban las palabras gritadas. Las habíamos leído en las proclamas que los que pegaban carteles fijaban desde hacia mucho tiempo sobre otras proclamas. No había visto nada sagrado, y lo que llamaban glorioso no tenía gloria, y los sacrificios recordaban los mataderos de Chicago con la diferencia de que la carne sólo servía para ser enterrada. Habían muchas palabras que no se podían tolerar y, a fin de cuentas, sólo los hombres de las localidades habían conservado cierta dignidad. Pasaba lo mismo con algunos números y algunas fechas. Los nombres de las localidades era lo único que aún parecía tener algún significado. Las palabras abstractas como gloria, honor, valentía o santidad eran indecentes, comparadas con los nombres concretos de los pueblos, con los números de las carreteras, con los nombres de los ríos, con los números de los regimientos, con las fechas.

The Guardian estableció una conversación entre poetas de la guerra y nuestros contemporáneos, mientras que en el New Yorker, George Packer revisó la literatura de las últimas dos guerras norteamericanas y la distancia entre el gran público y estos conflictos:

Without a draft, without the slightest sacrifice asked of a disengaged public, Iraq put more mental distance between soldiers and civilians than any war of its duration that I can think of. The war in Iraq, like the one in Vietnam, wasn’t popular; but the troops, at least nominally, were—wildly so. (Just watch the crowd at a sports event if someone in uniform is asked to stand and be acknowledged.) Both sides of the relationship, if they were being honest, felt its essential falseness. A tiny number of volunteers went off to fight, often two or three times, in a war and a country that seemed incomprehensible. They returned to heroes’ welcomes and a flickering curiosity. Because hardly anyone back home really wanted to know, the combatant’s status turned into a mark of otherness, a blessing and a curse. The title of David Finkel’s recent book about the struggles of soldiers returned from Iraq, “Thank You for Your Service,” captures all the bad faith of a civilian population that views itself as undeserving, and the equivocal position of celebrated warriors who don’t much feel like saying, “You’re welcome.”

De ese artículo extraje dos poemarios excelentes: Letter Composed During a Lull in the Fighting y Here, Bullet. La singularidad de los poemas en estas colecciones nace del hecho de que son escritos por soldados conscientes, es decir, huérfanos, parias, apátridas incrustados un entorno de pasión y salvajismo que sus compatriotas –y el resto del mundo– han optado por ignorar.

Two Stories Down

When he jumped from the balcony, Hasan swam
in the air over the Ashur Street Market,
arms and legs suspended in a blur
above palm hearts and crates of lemons,
not realizing just how hard life fights
sometimes, how an American soldier
would run to his aid there on the sidewalk,
trying to make sense of Hasan’s broken legs,
his screaming, trying to comfort him
with words in an awkward music
of stress and care, a soldier he’d startle
by stealing the knife from its sheath,
the two of them struggling for the blade
until the bloodgroove sunk deep
and Hasan whispered to him,
Shukran, sadiq, shukran;
Thank you, friend, thank you.

Brian Turner