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El precio de WhatsApp

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Un montón de gente está sorprendida por los 16 mil millones de dólares que pagó Facebook por WhatsApp. Sin embargo, si nos vamos al precio por usuario, son sólo $40. Mucho menos que los $140 que «cuesta» cada usuario de Facebook, o $70 por los que pagó Microsoft por Skype y, por cierto, $40 por usuario fue lo que pagó Microsoft por Hotmail en su tiempo.

El monto sorprende por lo grande, porque es difícil imaginarnos esa cantidad de dinero. Como con todas las cosas en la vida, hay un tumblr al respecto. En things that are cheaper than WhatsApp, podemos enterarnos de que WhatsApp vale más que toda la NBA, American Airlines o TODA Islandia (!).

La realidad es que WhatsApp es la segunda red social y el operador telefónico (si se puede llamar así) más grande del mundo. Además, para comenzar a usarla, los usuarios deben proporcionar un número de teléfono activo, un dato que cuesta muchísimo más en el mundo del mercadeo directo.

Sin embargo, la gran interrogante que queda por responder es cómo se le saca valor a esos usuarios. WhatsApp cuesta $1 al año. Para recuperar la inversión, tendrían que sacarle $39 a cada usuario, o capturar más usuarios que personas en el mundo. Uno de los fundadores de WhatsApp escribió famosamente «Sin anuncios, sin juegos, sin trucos». WhatsApp será un líder de pérdidas para Facebook hasta que esa frase cambie.

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Lo que podría ser la música en streaming

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En el mundo según Spotify, Khoi Vinh extraña las notas en las contraportadas de los LPs (o el librito de los CDs, si eres más joven):

This is all trivia, to be sure, but it’s the kind of stuff that used to be such a meaningful part of owning music — and that makes one a fan for life. Having a record in your collection meant that you could spend time poring over its liner notes: familiarizing yourself with the names of musicians, producers, engineers, and managers; memorizing lyrics; and studying photos of musicians’ faces, stances and attire. These were the intangible qualities that made music more than just a service, but something to be collected.

Sin duda, uno de los forjadores de mis gustos musicales en la adolescencia, específicamente mi educación sobre el Jazz, fueron las notas de contraportada. En ese ambiente de polinización cruzada que es el Jazz, armar una base de datos relacional de músicos y productores en tu cabeza, es lo que te empuja a descubrir cosas nuevas. En casi todos los géneros, las notas son el único lugar en el que se reconoce e inmortaliza al gran héroe anónimo de la música popular: el músico de sesión.

«Personnel». Cuando era chamo, me encantaban las notas que pomposamente declaraban que esa obra no tenía músicos, sino una plantilla de recursos humanos.

Aunque las notas siguen existiendo de alguna manera y ahora son mucho más ricas gracias a la Wikipedia, no forman parte integral del álbum. El álbum ya no es un objeto. Sin embargo, por esta misma razón, las posibilidades son mucho más interesantes. Khoi Vinh otra vez:

Since Spotify has Facebook information, why not tell me what else was going on in my life during a given timeframe? Tell me when I shared a song on Facebook, or discussed an artist, or whom I friended that same week. If a service can show me the photos I took (even better if they’re selfies) when I first encountered an artist who later became a favorite, that would add a new dimension of meaning to what are essentially impersonal database records. Giving a listener the opportunity to recognize their own stories and their own selves in music is what turns people into lifelong fans.

Esa última frase.

Sigue leyendo What Streaming Music Can Be.

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Segundo violín

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Philip Seymour Hoffman no era un actor especialmente versátil. Tenía dos personajes (tres con Capote) y una sola forma de tocarse la frente. Sin embargo, era excepcional como actor de reparto. Sus pausas y su mirada lo transformaban en el antagonista que imaginábamos. Su presencia y su voz obligaban al resto de los actores a destacarse. Jason Robards se fue del cine por la puerta grande gracias a su enfermero/confesor, Joaquin Phoenix no hubiese sido esa fuerza de la naturaleza sin ese impenetrable encantador de serpientes, la mitad de la tensión que siente Matt Damon en Mr. Ripley viene de ese molesto Freddie Miles, y sin el hombre de los colchones, Adam Sandler no hubiese enunciado el monólogo de su carrera, uno de mis momentos favoritos de la historia del cine.

Phillip Seymour Hoffman participó en una buena parte de las películas culturalmente relevantes de los últimos 20 años y en casi todas extrajo lo mejor del actor principal. Curiosamente, la última película en la que lo vi –El último concierto– trata precisamente de cómo en una relación cada quien juega un rol, de las tensiones que se desatan cuando los roles se ponen en duda, de la necesidad de un segundo violín para el éxito del solista.

El peor aspecto de su muerte es que, de ahora en adelante, sin su presencia en escena, un puñado de grandes actores pasarán desapercibidos.

 

cine

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